jueves, 29 de noviembre de 2012

LA ESPERANZA CRISTIANA por Francisco Baena Calvo. Sacerdote diocesano

“La esperanza es un piropo al triunfo del amor frente a la muerte y al mal, y aquí radica el escándalo que provoca el Cristianismo”



 Días vendrán en que todo aquello por lo que has luchado se rompa como una caña, y, entonces, tu tarea vital será reconstruir lo que ha sido caído.

Sin prisa ni sin pausa, el huracán de un acontecimiento vencerá casi por encanto la grandeza aparente de un “Goliat”, pero entonces desearás una mano amiga más que un manantial de agua en desierto.


 Tenemos sed de luz, de armonía, de paz y de justicia… Nuestro mundo suplica, desde su hambre de plenitud, una salvación que le haga romper toda exclusión y toda corrupción, toda injusticia y toda maldad…


 Todos los hombres y mujeres de todos los tiempos deseamos un cambio de orientación y un final del espiral de violencia y de mal. Es el grito de todos los grandes “profetas” de la historia de la humanidad y es el grito de todos nosotros que en medio de la mediocridad suspiramos una vida en plenitud.


Uno de los rasgos más importantes del Cristianismo es la esperanza. La esperanza es la virtud que no se cansa de esperar.


 “La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo” (CIC 1817)



 Una vida es grande en la medida en que se abre a la esperanza y al futuro. La esperanza lanza un grito de alegría porque sabe bien, en lo más profundo de su esencia, que “la salvación anunciada es la salvación que trae el Señor”. 

Esa salvación proviene de Dios y no es solamente hechura de manos del hombre, aunque sabe bien que “la virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre” (CIC 1818).



 La esperanza lanza un grito de alegría porque a ella “corresponde el anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre” (CIC 1818).

La esperanza es el impulso que nos lanza a no desfallecer dejándonos un grito de triunfo divino cuando el mal echa sus redes y vence de inmediato.


La esperanza es la alegría del consuelo anticipado y de la victoria sellada cuando no vislumbramos en el horizonte ni un atisbo de cambio.

La esperanza es un piropo al triunfo del amor frente a la muerte y al mal, y aquí radica el escándalo que provoca el Cristianismo.


Jean Delumeau, escritor francés e historiador, decía: “los cristianos son locos porque creen contra toda apariencia que el amor triunfará por vencer a la muerte”.



En este tiempo de crisis pidamos cordura, sensatez, confianza y esperanza, sabiendo que cada acontecimiento, incluso los negativos, son “oportunidades” para volver a Dios, que tiene el sentido fundamental y último de la existencia, de la historia y de la realidad.


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