lunes, 30 de septiembre de 2013

Texto completo del pregón de feria 2013 de Pozoblanco

"...Para mí, hablar de África es hablar de VIDA, es hablar de LUZ, de SOL, de MUSICA y BAILE, de ALEGRIA y ESPERANZA, de FIESTA. 

 Pero hablar de África es también hablar de SUFRIMIENTO, de DOLOR, de POBREZA, de INJUSTICIA e IMPOTENCIA, de POLVO y  CALOR,… Esto no son dos cosas separadas; estos contrastes no marchan en paralelo, no, no… todo va junto.

 En África he comprendido  que la vida es bonita, que la vida es bella, CON TODO, alegrías y penas, sol y lluvia, salud y enfermedad,… La vida es bonita porque en cada situación puede haber – y de hecho lo hay – un motivo para crecer en fraternidad, en esperanza, en acogida, en amor…"



PREGON DE FERIA
DE NUESTRA SEÑORA DE LAS MERCEDES 2013
               
                                                           Dedico este pregón a mis padres, Juan Escribano y Francisca Cabrera,  a todos mis hermanos y  a mi Congregación de Religiosas Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza. Por mil y una razones. Con el corazón lleno de gratitud.



            Señor Alcalde, señoras y señores concejales, amigos, paisanos, Pozoblanco: muy buenas noches.
            El  martes 23 de julio, recibí una llamada telefónica que  nunca hubiera imaginado y que, incluso mientras la escuchaba, tenía todo el aspecto de ser una inocentada… tan solo el calendario me confirmaba que estábamos muy lejos del 28 de diciembre y que, por lo tanto, no podía serlo. Imagínense, nuestro alcalde, D. Pablo Carrillo, me llamaba a Yaundé y me proponía ser pregonera de la Feria de Pozoblanco. Estaba tan sorprendida que no sabía qué decir. Sencillamente dije que lo pensaría… y ya ven, aquí estoy delante de ustedes… temblando y con el deseo de no defraudar demasiado a este gran auditorio.
            Yo creo en la Providencia de Dios, y tengo que decirles que esta petición me llegó apenas una semana después de haber vivido uno de los momentos más difíciles desde que me encuentro en África. La noche del 13 al 14 de julio, entraron unos jóvenes armados en nuestra casa. Querían dinero, ordenadores y todo lo que pudiera darles después algo de beneficio en su venta… Aunque en el momento creo que me mostré bastante serena, los días sucesivos no fueron fáciles. El miedo te coge por dentro y te paraliza, la cabeza piensa lo que nunca pensó, y hasta el corazón siente de manera diferente… Y en esta situación, recibo la llamada y la petición de ser pregonera de la Feria de mi pueblo. Y ¡cosa curiosa!, mi mente empieza a repasar mi infancia, la vida en familia, los años de  colegio y de instituto, y dulcemente, despacito, otros sentimientos van inundando el corazón,… ¡Volver a las raíces siempre es bueno! ¡Volver a Pozoblanco siempre es bonito! ¡Saberse perteneciente a una familia y a un pueblo siempre es reconfortante! Por eso digo que creo en la Providencia, nada en nuestra vida es puro azar. Nada. La llamada telefónica llegó justo cuando debía llegar.
    
     

Cuando era novicia, leí en un libro, del que no recuerdo el título, que el cristiano estaba llamado a ser apátrida. En aquel entonces, la idea me pareció acertada. Luego, con el paso del tiempo, concretamente con mi partida a la República Democrática del Congo en el año 2001, comprendí que no era posible, y que tampoco era bonito. Cada ser humano tiene unas raíces, que le hacen sólido y vigoroso. Sin raíces, la vida es frágil y cualquier viento nos puede derribar. Es cierto que el corazón se hace más universal, abrazas nuevas culturas y nuevas gentes, se amplía el horizonte, pero las raíces no cambian.
            Hoy miro con alegría y agradecimiento mi vida y aprecio la solidez de estas raíces: mi familia, amigos, colegio, parroquia,... mi pueblo. La preparación de este pregón me ha brindado la ocasión de rememorar muchas vivencias de mi infancia y adolescencia; quisiera, sirviéndome de las palabras del escritor francés Anatole France, “no perder nada del pasado, pues solo con el pasado se forma el porvenir”. Permítanme que esta primera parte sea un recuerdo, un recuerdo agradecido de todo lo vivido en Pozoblanco, y especialmente en nuestra feria.  
            Cuando pienso en la feria de Pozoblanco, viene a mi cabeza justamente la última que disfruté antes de marcharme al noviciado. ¡Año 1991!, para mí, un año muy especial, pues era el año “de la llave”. Mis padres han tenido la costumbre de entregarnos la llave de la casa al cumplir los  18 años. Antes de esta edad, se quedaban levantados esperándonos hasta que volvíamos, a una hora pactada. Así que ese año,  tenía mi llave y podía regresar cuando a mi me pareciera bien, sin la preocupación de que mis padres me esperaban... La feria fue verdaderamente ¡de llave! La emplee todos los días sin excepción.  La verdad es que gocé de esa “pequeña libertad” que me daba el ser mayor de edad y poder abrir, desde fuera, la puerta de mi casa. Viéndome a ese ritmo, creo que mi madre y otros muchos dudaban seriamente de que en 15 días me fuera a marchar al noviciado... parecía que tanta marcha no encajaba demasiado con esta decisión... Pero, ya ven, han pasado 22 añitos desde esa feria, y aquí me tienen: religiosa, misionera y dispuesta a vivir una vez más,  nuestras fiestas... Y es que tengo la certeza de  que disfrutar sanamente de la feria, de la amistad que en estos días se crea, de un buen pincho, de unos churritos calientes  o de la música y el baile, no está reñido con querer seguir a Jesús. Eso sí, seguramente el ritmo de este año será bastante diferente....


Aquella feria bailé más sevillanas que nunca. Antes no era muy bailaora, pues tenía la impresión, y no solo impresión, era la pura verdad... de que mis amigas bailaban mucho mejor que yo, y por eso no me lanzaba demasiado. Pero ese año recuperé todo lo que no había bailado antes. Las sevillanas de los Cantores de Híspalis:   “A bailar, a bailar” o   “que no nos falte de na” o “tócala tócala las palmas”  me hicieron disfrutar de una feria inolvidable.
En esos días fui por primera vez a cenar con mis amigos a la Capri. Hice nuevas amistades, disfruté de estupendas aparcerías... Sí, me gusta nuestra feria, digamos que soy “feriante”.
Un poco más atrás, antes de esa superferia del 91, hubo muchas otras. ¡Qué suerte hemos tenido y tienen los niños de Pozoblanco! Empezábamos el colegio y a los pocos días se cortaban las clases para irnos de feria! Así no dolía tanto el fin del verano.
 Cada año esperaba el aumento de la paga.  Este asunto, junto con la hora de regreso a casa,  era un tema casi diario en nuestras conversaciones en casa desde que empezaba septiembre, recordando a mis padres lo que nos dieron el año pasado, y lo que les daban a mis amigas, lo que habían subido los cacharritos ese año y en fin, machacando todo lo que se podía para que nos subieran la paga... que  a mí, siempre me parecía poco...


 De todas maneras solía prepararme ahorrando algo de la paga de los  domingos anteriores y siempre contaba con lo que me añadirían mis tías y mi padrino. Finalmente, con todo lo que se juntaba había que organizarse. Algunos años le decía a mi madre que lo quería todo al principio, pero otras veces prefería que me lo administrara ella cada día para estar segura de que podría llegar hasta el último día... porque ya lo dice nuestro paisano Hilario Ángel Calero en sus Hilariadas que “el primer día de feria gastamos como si no se nos fueran a acabar nunca los cuartos”.  
El látigo, el carrusel,  más tarde el coche de la risa, la barca pirata... y por supuesto los coches de tope. Subirse en uno de estos cacharritos era sencillamente estupendo, tenía algo de mágico...
            Una de las atracciones que me encantaba era la pesca loca, en donde casi siempre conseguía algún premio decente. Pero mi ruina eran esas maquinitas que tenían como una grúa que debías dirigir para atrapar los regalos y hacerlos subir. Casi siempre cogía un buen regalo, pero en la ascensión solía quedarme sin nada...  ¡cosas de la vida!
            Había atracciones, juegos y comidas que estaban reservados para el día en que subíamos con mis padres o con mis tías y los primos. Esas jornadas de feria en familia eran estupendas. Con mis tías íbamos durante el día, con mis padres, por la noche.  Echábamos a la tómbola, comíamos pinchitos, calamares, el algodón rosa… y disfrutábamos de lo lindo... Como colofón a  estas salidas, el último día venía la compra del fereo. Una palabra que el ordenador no reconoce, pero que seguro que todos los tarugos que estamos aquí hemos utilizado más de una vez. Antes de decidirse, había que mirar bien por todos los puestos para hacer una buena elección... ¿Quién no ha tenido una de aquellas ruedecitas con un palo, que tanta ilusión nos hacían y tan poco nos duraban? ¿O esos carricoches con sus muñequitas? ¿Y los arcos con sus flechas de ventosa?


            Bajando la calle de la Feria, no podía faltar la compra de turrones, almendras garrapiñadas y fruta confitada. Fíjense, ¡qué curioso! Cuando iba yo sola con mis amigas, algunos días le compraba un trozo de coco a mi madre que le gusta mucho. Lo que no me imaginaba yo entonces, y ella seguro que tampoco, era la cantidad de cocos que le traería de África, años después, de parte de gente que ella nunca conocerá  pero que son ya parte de su familia.    
Desde 1996 la hora se cambia en octubre, antes ese cambio era septiembre y solía coincidir con un día de feria. Era algo estupendo, porque contabas con una hora de regalo. A las 12 se atrasaba el reloj una hora, por lo que si me habían dado permiso hasta la una, en realidad, disfrutaba de una hora más. Siempre me parecía que debía volver demasiado pronto y mi argumento, para que me dejaran más tiempo, era que a mis amigas les dejaban más tarde y que  había muchas luces y que no pasaba nada. Me gustaba el alumbrado, sobre todo el de la calle La Feria, que te metía ya en el ambientillo ferial y me acompañaba en el regreso a casa.
             Todos estos recuerdos  me hacen pensar en lo que el psiquiatra y escritor Enrique Rojas nos dice sobre la infancia: “Casi todo lo humano está en la infancia. Cuando esa etapa ha sido feliz, sana, llena de afecto y bien enfocada, uno sale fuerte para todo”.  Y como ven, por esa parte, yo creo que no voy a tener problema.
Desde que salí de Pozoblanco, hace ya veintidós años, he vivido en Navarra, en Madrid, en Segovia, y doce años en África. A mí me gusta decir que soy de Pozoblanco y suelo presumir, allá por donde voy, de mi pueblo, de sus gentes y de sus costumbres. Sí, me gusta mi pueblo, me gusta la feria, me gusta la romería de la Virgen de Luna y la Semana Santa, me gusta la feria de San Gregorio, me gusta como hablamos, nuestro deje y nuestras palabras... ¡me gusta mi pueblo, sus calles, su gente! ... y por eso me gusta volver, volver a mi pueblo… Y ahora, con un motivo más para la alegría, desde que tenemos la Avenida Madre Carmen Sallés…  Pienso que de alguna manera ella es el origen de que yo me encuentre ahora aquí delante de ustedes. Carmen Sallés,  que como muchos saben ha sido proclamada Santa en octubre del año pasado. Una mujer que buscó la voluntad de Dios y por eso fundó nuestra Congregación, y por eso llegó hasta Pozoblanco invitada desde Segovia por nuestro paisano, el obispo Pozuelo que quería un colegio concepcionsita en su pueblo natal…  y también llegó a otros muchos pueblos y ciudades de España… y aunque sus pies no pisaron otros países, su corazón llegó hasta muy lejos… porque su deseo de que Jesús fuera conocido la quemaban por dentro… Hoy, mi gratitud sincera hacía ella, porque su vida ha hecho posible que mi vida sea como es.


Quizá a estas alturas, muchos de ustedes se estarán preguntando, como me pasó a mí, ¿Por qué razón han podido elegir para un pregón de feria a esta persona? Vamos, a mi persona. Yo, lo que desde el principio tenía muy claro era  que no me habían llamado por contar con ningún mérito especial, ni una formación o cargo de relevancia, al final la única razón que me quedaba era que llevo doce años viviendo en África.
Y andaba yo preguntándome, ¿Voy a hablar en un pregón de feria sobre África? Y, ¿si no hablo de África, de qué voy a hablar?  Porque, francamente, por más vueltas que le daba, no veía cómo iba a pegar esto. Y, como ya les he dicho que creo en la Providencia, pues miren lo que me pasó:
            El domingo siguiente a la llamada del alcalde voy a misa. Nuestra Parroquia está en construcción; por el momento solo tiene el tejado y las columnas que lo sostienen, y unos bancos de madera sin respaldo, por lo que al entrar es muy fácil ver a las personas que se encuentran en el interior. Pues cuál es mi sorpresa, cuando veo, más o menos en el quinto banco, a una niña de unos once años, que para mí era una cara desconocida, vestida con un traje de sevillana blanco con lunares azules, con sus ribetes del mismo color en los tres volantes y con sus flecos blancos simulando un mantón.




 Eso sí, no llevaba peineta ni flor en la cabeza. Su peinado era claramente africano. Tampoco llevaba tacones, pero iba con sus zapatos de los domingos. Les aseguro que en los doce años que llevo en África es la primera vez que he visto un traje de sevillana.  Y, en ese momento, encontré respuesta a mi pregunta de cómo iba a pegar África en mi pregón de feria. La respuesta era clara. Lo pego como se pegan las cosas en África: Sin complicarse la vida, de manera sencilla,… Si podemos encontrar una niña camerunesa vestida con un traje de sevillana en un barrio periférico de Yaundé y a todos les parece la cosa más normal ¿no podríamos encontrar una religiosa concepcionista misionera, taruga que ha vivido doce años en África y que ha sido designada para abrir las fiestas de su pueblo natal y nos viene a contar algo de lo allí vivido? Comprendí que sí, que podría ser así de sencillo.
           (canción)
            Para mí, hablar de África es hablar de VIDA, es hablar de LUZ, de SOL, de MUSICA y BAILE, de ALEGRIA y ESPERANZA, de FIESTA.  Pero hablar de África es también hablar de SUFRIMIENTO, de DOLOR, de POBREZA, de INJUSTICIA e IMPOTENCIA, de POLVO y  CALOR,… Esto no son dos cosas separadas; estos contrastes no marchan en paralelo, no, no… todo va junto. En África he comprendido  que la vida es bonita, que la vida es bella, con todo, alegrías y penas, sol y lluvia, salud y enfermedad,… La vida es bonita porque en cada situación puede haber – y de hecho lo hay – un motivo para crecer en fraternidad, en esperanza, en acogida, en amor…
            Para mí, hablar de África es sentir que el corazón se agranda, que los brazos no tienen límites, que los ojos se llenan de lágrimas de alegría y de tristeza,  que las fronteras se desplazan,… Hablar de África es sentir  que la gratitud brota sin poder ser contenida …  y es que, parafraseando a Javier Reverte,  que nos dice en el prólogo de su obra poética, que “Yo no hice el viaje, el viaje me hizo a mí”, bien podría deciros que “yo no hice nada en África, más bien África me hizo a mi”.


            En estos años que he vivido en África, he tenido la gran suerte de vivir y de conocer un poquito más de cerca tres países, todos del África Central, en los que nuestra Congregación está presente: la República Democrática del Congo, Guinea Ecuatorial y Camerún. También estamos presentes en la Republica del Congo, pero por el momento, aunque sí que lo conozco de paso, no he vivido allí.
            Ahora dejaré  a mi mente, y sobre todo a mi corazón, buscar y bucear en estos años pasados en África, y ojalá mis palabras puedan transmitir algo de la vida, de la fiesta, de la lucha, del valor y de la alegría que África me ha contagiado.
            Como saben, la Congregación a la que pertenezco, tiene como misión fundamental anunciar el Evangelio de Jesús a través  de la educación de niños y jóvenes. Por eso, donde hay una comunidad concepcionista, hay siempre una escuela donde los niños y jóvenes puedan crecer y vivir alegres. Para que se hagan una idea de nuestra misión en África, allí  tenemos actualmente 7 escuelas. En el curso 2012-2013 hubo un total de 3312 alumnos. Dos de estas escuelas van desde infantil hasta bachillerato, y las otras cinco, de infantil a primaria. Además también tenemos una residencia para jóvenes universitarias, que acoge cada año 48 chicas.


            En este contexto, mi primer recuerdo no puede ser otro que mis primeros alumnos de la República Democrática del Congo. Era un clase especial,  verdaderamente muy especial.  Tenía solo 30 niños, (y digo “solo” porque normalmente una clase en la RDC tiene como mínimo 50 alumnos, pero se puede llegar incluso hasta los 100). Mis 30  alumnos estaban  entre los 5 y los 15 años. Aunque eran muy diferentes, todos tenían algo en común y es que nunca habían ido al colegio. Eran chicos de nuestro barrio de Kisenso, en la periferia de Kinshasa. Un barrio sin agua y prácticamente sin luz. Estos niños,  sin ser chicos de la calle, pues tenían una casa donde pasar la noche, pasaban todo el día fuera de sus casas, limpiando zapatos,  fregando los platos de los universitarios, o vendiendo alguna cosilla, en fin, diferentes trabajos que les hacían pasar su vida infantil de una manera bien diferente a la que nosotros vivimos…  Por aquel entonces, ya había otras 3 clases de estas características, además de las correspondientes a la educación reglada. Las hermanas jóvenes salieron a “buscar” niños y efectivamente la cosa fue bastante rápida, en dos días ya teníamos 30. Y así empecé con ellos a descubrir algo de la infancia y de la educación en el Congo, de las diferencias tan grandes que hay en nuestro mundo… y cómo se puede ser feliz con poca cosa. Los niños estaban encantados. Aprendieron mucho. Yo más que ellos. De estos niños, la mayoría entraron al año siguiente en las clases de educación primaria según el nivel que habían alcanzado, y algunos han conseguido llegar hasta la educación secundaria.


           Para la fiesta de final de curso, mi clase presentó algunas canciones para los padres. Los niños tocaban los triángulos, palos, y platillos que algunos amigos de Pozoblanco me habían regalado, y yo les acompañaba con la guitarra. Un padre vino al final para darme las gracias y decirme que nunca hubiera imaginado ver a su hijo “haciendo estas cosas”. Mi alegría era grande. La suya también. Es una gran suerte poder contribuir a la felicidad de los demás.
            En mis vivencias de África, resuenan de manera fuerte muchos momentos que dejan patente la hospitalidad de sus gentes, la acogida  y el calor que se me ha brindado en tantas circunstancias.
            En muchas ocasiones, al igual que hacemos aquí,  esta hospitalidad se manifiesta en una comida. Cuando estaba en Loma (Congo) en el año 2003, con frecuencia acompañaba al vicario de la Parroquia en sus visitas a los pueblos cercanos que dependían de nuestra parroquia. Un sábado fuimos a Mwalakinsende. Era la primera vez que iba a este pueblo. La gente no sabía que el sacerdote iría acompañado de una hermana, por lo que la mujer del catequista había preparado un poco de arroz con un solo trocito de pescado para recibirlo. Después de la misa, nos condujeron a su casa, y allí nos pusieron dos platos, uno para el sacerdote y otro para mí. El sacerdote insistió en que el catequista también debía comer, por lo que trajeron otro plato. Y así, el arroz y el trocito de pescado preparado para una persona, lo comimos entre tres. Todavía recuerdo el sabor del pescado en mi boca,… sabía a compartir, a fraternidad, sabía a sencillez, a una vida sin complicaciones….


            Nunca podré olvidar este sabor. Aunque se me mezcla con muchos otros. Un día, en Camerún, me invitaron a comer en una familia. Había ido con la mamá de  la casa a la ciudad para hacer algunos trámites y papeleos, que en estos países africanos son muy, muy lentos… y te hacen crecer en paciencia a marchas forzadas… Al regreso, cuando me paré en su casa para dejarla, me dijo que entrara para comer. Sacó un plato, y yo le dije que nada de que yo iba a comer sola, que o comíamos las dos o ayunábamos las dos. Entonces sacó dos cucharas. Estoy segura que tiene más platos, pero no vio necesario sacar uno para cada una, y yo tampoco. Era una salsa bien picante, porque en Camerún, la comida suele ser picante y con muchos condimentos.  … Y había dos trozos de carne.  Nos tomamos nuestra salsa y nuestro trozo de carne y a mí me supo a gloria, porque me supo a amistad, a confianza, a alegría de vivir juntos….


            Y hablando de hospitalidad no puedo olvidar hablar de Justin.  En su vida se hace plenamente cierto el proverbio maliense que dice: “Acoger bien a alguien es hacerlo uno de los vuestros”.  El sacerdote Jean Lukombo, con el que os he dicho iba a los pueblos, vio en una de sus visitas a un poblado cercano un niño, que al atardecer, se refugiaba bajo las mesas del mercado ya vacías. Se acercó y habló con él. El niño le explicó que era brujo. No era ningún juego ni ninguna historia de Harry Poter.  Claro, él no podía decir otra cosa que lo que había oído desde pequeño. Justin tendría unos 5 o 6 años. Vestido con un gran polo sucio hasta los tobillos y unas grandes chanclas, hacía tiempo que sus padres lo habían abandonado y  se defendía como podía.  Al día siguiente el sacerdote me contó el caso y pensamos que sería bueno ayudar al niño, pero antes habría que ver a la familia. Y así lo hizo, fue a buscar a sus  padres, quienes le dijeron que no tenían ningún problema al respecto, pues no le consideraban su hijo ya que era un malvado brujo. El niño vino a la Parroquia, y allí estuvo viviendo unos 10 días, mientras buscamos una familia que le acogiera. La noche que llegó me acerqué a la casa del cura para verlo. Sin duda era la primera vez que veía a una persona blanca, o por lo menos tan de cerca. Lo que más le impresionó fue mi gran nariz… ¡no sé cuantas veces diría que mi nariz era grande! La tocaba y se reía…  Por la mañana le preparamos en la comunidad alguna ropa: pantalones, polos, alguna camisa, unas botas y unos zapatos, todo en una mochila. Cuando le pusimos el primer pantalón vaquero con un polo y las botas, no había manera de quitárselo para probarle lo demás. Estaba que no se lo creía. Cuando comprendió que todo era para él… su alegría no pudo contenerse. Aún lo recuerdo bailando y jugando con los colgantes de las cortinas mientras cantaba en kikongo, su lengua materna,   ¡pero qué suerte tengo! ¡Cómo me está pasando esto a mí!
            Una familia del barrio, que les aseguro, no andaba muy sobrada, lo acogió en su casa. Esto era, creo el año 2003. Y desde ese día el niño, Justin,  sigue ahí, como uno más. Eso sí que es hospitalidad. Eso sí que es dejarse cambiar la vida de la noche a la mañana. Como pueden imaginar, la historia de Justin me dio mucho que pensar. Primero fue un grito fuerte que venía de Justin y me decía: ¡disfruta de las cosas pequeñas! ¡Considera que cada cosa que tienes es una gran suerte! ¡Vive feliz! Con frecuencia me acuerdo de Justin, y deseo bailar a su ritmo. Y también con frecuencia pienso en su familia, de ella me vino el segundo grito: ¡Mari luna, déjate complicar la vida! ¡No te quedes solo con lo ordinario! ¡Deja que la vida te sorprenda y acoge todo con los brazos y el corazón abierto!


            De lo mucho que se me ha dado en África, merece una mención obligada la Fundación Liliane, en la que he tenido la gran suerte de colaborar durante los tres años que he vivido en Yaundé. La Fundación Liliane tiene su origen en los Países Bajos, año 1980, cuando Liliane, una mujer nacida en Sumatra pero de origen holandés, decide fundar una organización para ayudar a los niños y jóvenes con discapacidad en los países en vías de desarrollo, ofreciéndoles rehabilitación médica y social. Nuestra labor es la de apoyar al niño en su desarrollo personal y estimular su integración en la sociedad.  La ayuda se presta mediante tratamientos médicos, intervenciones quirúrgicas, aparatos ortopédicos, enseñanza especial, formación profesional y la realización de una vida independiente en la medida de lo posible. Si en África las condiciones de vida son duras y términos como sanidad, educación, trabajo,… son muchas veces utopías y representan realidades que no tienen nada que ver con lo que nosotros entendemos por ello, piensen lo que supone nacer y vivir allí con una discapacidad.  
 En el año 2012 en Camerún hubo 1899 niños con discapacidad que recibieron una atención especial gracias a la Fundación Liliane.  Nuestra comunidad, este último año, fue responsable de 12 de ellos. Detrás de cada uno hay una historia en la que, como en toda vida humana, se entremezclan la alegría y el sufrimiento, la confianza y a veces la desesperanza…  Junior, Christ, Hadidja, Chicho, Steve,… y otros muchos me han hecho comprender y afianzar las cosas más esenciales de la vida: el valor de una sonrisa, la importancia de una visita, la inmensidad de las cosas pequeñas, la inutilidad de crear barreras que nos separen, la riqueza de ser diferentes…


            De cada uno de estos niños podría contarles infinidad de  vivencias y experiencias que me han hecho crecer como persona y como cristiana. Pero como de todos no puedo hablar, quiero que conozcan a Hadidja pues, sin duda ella es uno de los mejores regalos que he tenido en Camerún. Conocí a Hadidja en la Navidad de 2011, en una de mis visitas a los niños que viven en el  Centro de Discapacitados de Yaundé. Hacía apenas un mes que había llegado procedente del norte del país. Desde el primer momento Hadidja me cautivó. Sufre de hidrocefalia, consecuencia de una meningitis, que padeció a los siete años.  Desde entonces no había seguido ningún tratamiento, pues los padres son bastante pobres.  Al día de hoy, Hadidja ha sido operada dos veces y va recuperando mucha estabilidad y movilidad. Todavía no anda, pero estoy segura de que, con la fuerza de voluntad que tiene, lo conseguirá.  He vivido muchos momentos gratos a su lado y con su familia, pero uno de los más bonitos es el tiempo de la operación. Un domingo por la tarde, fui en el coche con su padre a llevarla desde el centro al hospital donde sería operada al día siguiente.  Después de unas pocas odiseas para comprar todo lo concerniente a la operación, y cuando digo todo, digo todo, guantes, esparadrapo, y todo lo demás... El lunes a primera hora,  la operaron. Estuve con ella hasta que entró en el quirófano y luego me volví al colegio para trabajar.  Por la tarde volví al hospital, y la encontré bastante bien.
Lo que más alegría me dio fue cuando después volví al centro de discapacitados donde estaba la mamá, para informarla de todo. Ella no había ido a la operación de su hija, supongo que por razones culturales que no acabo de entender.  Cuando me vio… ¡Qué abrazo me dio! ¡Casi no me suelta! Esta familia es musulmana. Para mí era la primera vez que entraba en contacto con una familia musulmana. Y pienso, ¡qué distinto sería todo si pudiéramos abrazarnos como ese día, por encima de ideologías, creencias, o tantas cosas que a veces nos separan unos de otros! Estoy contenta de contar entre mis amigos a una familia musulmana y me gustaría que fuera el signo claro de una vida abierta a todos. 


            Tengo que decirles que hablar de África es también hablar de Pozoblanco, de mi familia, de mis amigos, de tantas personas e instituciones que colaboran con nuestra misión. Lo he dicho muchas veces y lo digo convencida. Es cierto que somos otros muchos misioneros y yo los que estamos y tenemos la suerte de vivir allí, pero es igualmente  cierto que sin el apoyo de todos ustedes no podríamos realizar la labor que cumplimos. En nuestra Congregación todas las religiosas conocen la generosidad de Pozoblanco, y con frecuencia se oye decir que “Pozoblanco es especial”. Y yo pienso que es cierto. Escuchen estos datos.
En el año 2005 comienza la fundación Siempre Adelante, que lucha por hacer llegar la educación a todos los niños y jóvenes, siguiendo el espíritu de Madre Carmen Sallés. Mirando las memorias de Siempre Adelante, he visto como desde el principio, el ayuntamiento de Pozoblanco ha colaborado prácticamente todos los años subvencionando diferentes proyectos de nuestras misiones en África, la mayoría de alimentación. Detrás de estas ayudas siempre está el grupo misionero de Pozoblanco,  que se encarga de recordarme que hay que presentar los formularios, que luego los presentan por mi  ¡qué gente tan apañá! Me gustaría encontréis aquí mi más sincero agradecimiento y permitidme un recuerdo especial para mi hermana Claudia.
            Muchos gestos de apoyo, de amistad y de ayuda que hemos realizado en África me hacen pensar en Pozoblanco. Muchas personas han sonreído y se han sentido aliviadas gracias a ustedes.
Repasando la generosidad de los pozoalbenses, pienso en la casa de madera de una señora mayor, Margarita, en Guinea Ecuatorial que estaba en muy malas condiciones, y que gracias a una familia de Pozoblanco, pudimos “reconstruir” con madera nueva.
            Pensando en Pozoblanco, veo el coche que actualmente tiene nuestra comunidad de Yaundé, y que tantos servicios presta al colegio, al barrio, a la parroquia y a la fundación Liliane. Este coche es fruto de la generosidad de mi familia, y de los amigos de Pozoblanco.
            Pensando en mi pueblo veo también  la casa de unos amigos de Simbock, en Camerún. Una familia que vivía en unas condiciones pésimas y que gracias a ese apoyo solidario tiene ahora una casa digna. Como dicen ellos mismos, han pasado de la miseria a la excelencia, aunque les  aseguro que la excelencia es muy relativa…
            Pensando en todos ustedes pienso en Junior, un niño al que había que cortarle la pierna, pero al final no ha sido necesario. Con la aportación de este verano, le hemos podido hacer un aparato ortopédico y ya puede caminar bastante bien.
            Pensando en Pozoblanco pienso en una familia de Yaundé, en la que el papá está desaparecido desde diciembre del 2012, probablemente víctima de un ataque para robarle el coche. A pesar de las malas perspectivas, la familia no ha dejado de buscarlo y muchos de los trámites que hemos realizado, muchas de las idas y venidas que hemos hecho han sido gracias a vuestra solidaridad. Además, la mujer, que estaba embarazada, ha dado a luz en agosto, un niño precioso, igualmente hemos podido ayudar con los gastos del parto. Entre paréntesis les cuento que este niño se llama Escribano. La abuela me dijo que no tenían nada que ofrecerme para darme las gracias por todo lo que habíamos hecho, pero que su nieto se llamaría Escribano, como señal de una gratitud que quiere que perdure de generación en generación.
            Y así podría seguir con una gran lista de gestos solidarios que han sido posibles gracias a Pozoblanco. Y es que, como dice mi padre con mucha frecuencia: ¡Pozoblanco es mucho Pozoblanco! Cuando aquella familia de la que he hablado antes terminó de construir la casa, vinieron a traernos una cabra a la comunidad. En África no existe un gracias más grande que una cabra, esa cabra era para todos nosotros. A todos,  hoy, les doy las gracias, un gracias tan grande como una cabra.
            Pero no crean que la solidaridad solo la he vivido aquí. Me vienen a la cabeza otros tantos gestos solidarios que he vivido en África, y que me han hecho muy feliz.
            Una vez al mes, nuestros alumnos de 5º y 6º de primaria en Evinayong, en Guinea Ecuatorial, iban a visitar a las ancianas que viven solas en sus casas. Les llevábamos agua del manantial para toda la semana. Los chicos cortaban la hierba de los alrededores de la casa,  y las chicas limpiaban las ollas y aseaban la vivienda. Era un momento muy bonito. Los niños volvían pletóricos  de haber ayudado y las señoras quedaban encantadas. Además había niños que se comprometían a buscar el agua cuando se le acabara la que le llevábamos. ¡Qué disponibilidad!
            Un año en Evinayong, para la fiesta de la Niña María organizamos una “Tómbola solidaria”. Los niños no sabían lo que era una tómbola, trabajo me costó explicárselo y, a pesar de todas las explicaciones, tuvimos algún disgusto con los pequeños, cuando el regalo que les había tocado no era el que ellos querían, e insistían, en que no, que no querían eso, que querían el camión…. Pero la verdad es que con lo que recaudamos, pudimos comprar tres camas para una casa de acogida de personas mayores de Bata. Los niños estaban muy contentos, y es que ser solidario siempre es fuente de alegría. Creo que es totalmente cierto que hay más alegría en dar que en recibir.
            Hablando de solidaridad no puedo dejar de lado a mis vecinos de Yaundé.  Como les he dicho al principio del pregón, este verano entraron unos jóvenes armados en nuestra casa. Creo que esto puede suceder en cualquier lugar de nuestro planeta. Sin embargo, me parece que la segunda parte, no. El atraco fue la noche del sábado al domingo. El domingo por la mañana todo el barrio pasó por nuestra casa, para decirnos que estaban con nosotras, que nos querían, que rezaban por nosotras y daban gracias a Dios porque no nos había pasado nada. Al día siguiente, una familia vino con toda la comida preparada, pues habían pensado que no tendríamos ganas de cocinar nada. Unos nos trajeron plátanos, otros manzanas, un pastel…  Un grupo de jóvenes de la parroquia se quedó durante 4 noches haciendo guardia en el patio de la casa, para que estuviéramos más tranquilas y pudiéramos descansar… Como se pueden imaginar, aunque el miedo está ahí, y casi no lo puedes evitar, tanto cariño, tantos gestos de fraternidad, tantos detalles hechos de sonrisas, visitas, preocupación, hacen que la vida sea bonita, verdaderamente bonita.
            No puedo dejar de hacer una mención especial a la mujer africana. En estos doce años que he vivido en África he conocido a muchas mujeres en las que he apreciado su fortaleza,  resistencia  y el valor que las anima. En cierta ocasión leí un texto en el que se comparaba la mujer africana con la palmera, como símbolo de generosidad, de vida y de fuerza. Así es, la mujer africana es generosa, fuerte y portadora de vida.
            Recientemente en Yaundé he asistido por primera vez a un parto. El hecho de ver nacer a un niño me impresionó mucho y me pareció algo precioso. En medio del dolor de la madre la vida nace e inunda todo de alegría. Creo que es una imagen perfecta de la mujer africana, dadora de vida en una situación muchas veces complicada y difícil. Me maravilla su resistencia frente a la pobreza, frente al sufrimiento... Dice la congoleña Jeannette Makenga, que “la mujer africana aprendió desde muy niña a secarse sola sus lágrimas, bajo la lluvia, el viento y el sol, de día como de noche”. 
            Tengo grabadas en mi cabeza y en mi corazón, la imagen de muchas mujeres y de muchas niñas que se hacen mayores antes de tiempo... ¿Cómo olvidar las mamás de Kimwenza, que se levantan temprano para ir a los campos y trabajar durante todo el día? Vuelven hacia las 6 de la tarde con los fardos de leña en la cabeza.  Esta imagen es diaria, bajo el sol o bajo la lluvia, en “vacaciones” y en tiempo de trabajo. Acordarme de estas mamás es pensar en una vida  de entrega, de amor a la familia, de sacrificio...
            ¿Cómo olvidar a Mamá Atangana, en Yaundé? Mamá Atangana es una señora mayor. Pequeña de talla, muy delgada, podríamos decir que de apariencia “muy poca cosa”, ¡pero qué mujer tan grande! Dedica toda su vida a ayudar a los niños y jóvenes ciegos y abandonados. Ella misma tenía un hijo con discapacidad. Con él comprendió que la vida para estas personas no es nada fácil,  y decidió ampliar su pequeña casa para acoger a otros niños. Las condiciones no son las mejores. Sin duda, en otros países este Centro sería cerrado tras cualquier inspección de rutina. Sin embargo, allí están muchos jóvenes y niños que disfrutan de un ambiente familiar  y acogedor. Mamá Atangana se moviliza cada día para buscar ayudas por cualquier sitio y es impresionante oírla hablar “de sus niños”. El simple hecho de verla me recuerda que la vida es lucha, donación, que la vida es fraternidad, acogida,... Una mujer entregada.
Durante el primer año que estuve en Loma, en el Congo, preparé un teatro con los niños de 2º de primaria para la fiesta de la Visitación de la Virgen. Clara hacía de la Virgen María, se había aprendido el Magnificat de memoria, y lo hacía estupendamente. El día del teatro lo hizo fenomenal, no se saltó ni una coma, muy expresiva, nos hizo entrar a todos en esta preciosa escena. Al terminar se acercó sonriendo y me dijo que si le podía dar un poquito de agua. Yo la abracé para felicitarla y cuando la toqué me quedé impresionada... ¡estaba ardiendo! Le dije que si se encontraba mal y me respondió que un poquito. Le puse el termómetro y tenía 40 de fiebre... Me quedé sin palabras. Le di un paracetamol, y como el coche no estaba en casa, Clara volvió a su casa a pie, unos 4 kilómetros,  con su hermana mayor. Yo sentí vergüenza de mis quejas inútiles.  Clara con sus siete años ya estaba aprendiendo a secarse las lágrimas sola...
            Mamá Francisque de Yaundé ¡Me ha enseñado tantas cosas de la vida!  Es la madre del joven desaparecido del que les hablé antes. Su resistencia en el sufrimiento parece no tener límite. Desde la fe, lucha y se mueve por donde parece que una puerta se entreabre, pero normalmente la respuesta que encuentra es la indiferencia, la corrupción, palabras más o menos buenas y ninguna acción. Con ella recorrí la morgue y las urgencias de los 7 hospitales más importantes de Yaundé en busca de su hijo. Con ella he pasado horas esperando en la comisaría de policía... pero sobre todo con ella he aprendido que  donde todos desesperan una madre se mantiene de pie, que la vida está hecha de lucha, de entrega, de cariño,... Mujer africana, pilar de la familia, luz de esperanza...



Lugares con encanto. Montaje realizado por Mari Luna Herruzo Torrico


            Hay un proverbio congo que me gusta mucho “Las huellas de las personas que caminaron juntas nunca se borran”. Es cierto.
Algunas de las huellas que hoy he recordado, hace ya casi 40 años que se “hicieron”, otras son más recientes. Todas  siguen ahí, dando vida, formando parte de mis raíces y mostrándome el camino a recorrer.  Recordándome que la vida es encuentro, relación, amistad... Hoy, de alguna manera, ustedes y yo,  hemos pisado juntos una nueva huella, y ojalá nunca se borre, eso será señal de que caminamos juntos…
            Y para terminar, quisiera hacerlo con un pequeño símbolo traído desde Camerún: Un elefante africano.
            Para muchas personas, el elefante es considerado un símbolo de buena suerte. De hecho, mucha gente colecciona estatuillas de elefantes porque en muchas culturas son un símbolo de la buena fortuna. No es por este motivo que yo he traído este elefante.
            Tampoco lo he traído por ser un elefante de guerra. Seguramente de todos es conocido como Aníbal marchó con sus elefantes de guerra a través de los Alpes para conquistar Roma, aunque no representaban un recurso estratégico realmente importante, tuvieron un devastador efecto psicológico en los legionarios Romanos que se enfrentaron a ellos en batalla.
            Si he traído este elefante, es porque pienso que podría ayudarnos a vivir mejor nuestra feria, y no solo nuestra feria, sino nuestra vida de cada día en Pozoblanco. Los elefantes no suelen marchar solos. Las hembras y jóvenes se mantienen en pequeños grupos que se asocian con otros similares. Estas agrupaciones pueden ser temporales o permanentes. Los machos adultos permanecen raras veces solitarios y más comúnmente suelen encontrarse en pequeños grupos de su género.


            En tiempos de sequía, las manadas de elefantes siempre recuerdan qué manantiales y charcas suelen tener más agua. De ahí proviene el mito de que un elefante nunca olvida nada.
            Los elefantes siempre acuden en ayuda de otros miembros de su especie en problemas o dificultades, y muchas veces velan el cuerpo de sus muertos durante varios días, negándose a abandonarlos. A causa de estos rasgos, los elefantes en África son símbolo de sabiduría, lealtad, fuerza, fidelidad. Esto es lo que deseo para mi pueblo, y para cada uno de los pozoalbenses: sabiduría, lealtad, fuerza y fidelidad.
            Señor Alcalde, me gustaría que subiera a recogerlo en nombre de todos los ciudadanos de Pozoblanco.

            Termino, no sin antes agradecer al ayuntamiento el haberme brindado este gran honor de ser la pregonera de nuestra Feria, y a todos ustedes, gracias por su paciencia y escucha atenta. Disfrutemos de una manera sana estos días.  Dejemos de un lado la rutina y vivamos la feria abriendo nuestras puertas al forastero, al vecino, al hermano. A todos: ¡FELICES FIESTAS DE LAS MERCEDES 2013! Por encima de razas, color,  religión,  ideologías,  regiones y tantas otras barreras que creamos inútilmente.

¡MUCHAS GRACIAS A TODOS Y FELIZ FERIA!



Muchas gracias, Mari Luna por compartir con nosotros tus sentimientos.
 Antonio Javier Tamajón.

PUEDES OIR EL PREGON EN LA WEB DE COPE POZOBLANCO


martes, 24 de septiembre de 2013

Testimonio de una monja de Pozoblanco con los más pobres en África. Pregón de feria 2013

"es una mujer de su tiempo, preparada, fuerte en su fragilidad, que toca la guitarra y canta, deportista, con sensibilidad, trabajadora, que actualmente asume cargos de responsabilidad en su congregación,… "


Mari Luna Escribano hizo un pregón de feria diferente. Nos habló de las ferias vividas durante su juventud en su pueblo y, sobre todo, llegó al corazón del público que llenaba el teatro “el silo” hablándonos a cada uno de nosotros de sentimientos y vivencias en su misión con los más pobres de África viviendo el evangelio de Cristo.


Nos habló de vida compartida, de pobreza, de felicidad, de sufrimiento, de humanidad cristiana y todo con sencillez, humildad y mucho AMOR.

Su hermano Juan Bautista Escribano la presentó con estas palabras:




Palabras de presentación de la pregonera
de la Feria y fiestas
de Nuestra Señora de las Mercedes

Teatro El silo, 21 de septiembre de 2013
 (Pozoblanco)




A la memoria de mi hermana Claudia.
Siempre.



En una familia tan numerosa -cumplidos los abuelos paternos Claudia y Juan y los maternos Antonio y María, cada uno con un nieto o nieta continuadores de su nombre y cumplidos así mismo los padrinos José y Rosa y san Francisco y san Luis -se esperaba el nacimiento de una niña, la menor de los nueve hijos de Juan Escribano y Francisca Cabrera, para que fuera portadora del  nombre de nuestra patrona la Virgen de Luna.


Señor alcalde, autoridades, hermanas y miembros de la comunidad Concepcionista, paisanos y paisanas, familia y personas que nos queréis, muy buenas noches.


El 29 de Mayo de 1973, en una calurosa Córdoba capital, porque aquel embarazo entrañaba no pocos riesgos y en Córdoba se disponía de más medios, nació María Luna. A los pocos días, con gran alegría para sus hermanos, regresan a Pozoblanco la tía Claudia (que -tan generosa- siempre se ofrece) y Juan y Francisca con su niña en los brazos.
Arrancaba Junio, un mes festivo y hasta mágico para los muchos niños de la familia, pues en él se celebraba, por todo lo alto, el santo de los dos abuelos: el 13 San Antonio y el 24 San Juan.

San Juan abría la puerta a las vacaciones escolares y a los calurosos veranos y, por las tardes, cuando apenas había terminado la siesta y empezaba a refrescar un poquito, la calle Doctor Rodríguez Blanco se convertía en un ir y venir de jóvenes, de muchachos y muchachas y de niños y niñas. Nunca por debajo de los cincuenta de la propia calle y algunos más si, como era habitual, acudían de las calles vecinas.

En el número nueve de esa calle (entonces  nº 27), en su huerto, en su patio y en lo que en otros tiempos fueron espacios para los animales: la cuadra o el gallinero,… en la cámara o en la bodega,… siempre encontraban cobijo los juegos y travesuras de muchos de aquellos niños y niñas: los de la casa ya eran bastantes y a ellos se unían los primos y los correspondientes amigos. ¡Esto parece una escuela! Era una expresión que -más de una vez- se le escapaba a cualquiera que visitara la casa en las horas –muchas cada día- en que la gente menuda se dedicaba a su tarea más importante que era jugar.
En la misma calle vivían los abuelos y los tíos lo que, sumado a las buenas relaciones de vecindad, hacía de ésta una familia de familias.

En sus primeros años de vida, sin que ella pudiera percibirlo, Pozoblanco estaba cambiando: muchos de los niños que ayer jugaban en la calle, hoy ejercían ya un oficio o se habían convertido en universitarios, algunos nunca más volverían a su pueblo; la gente canjeaba sus antiguas mesas paneras hechas a mano, por otras de formica con las patas niqueladas; las casas aún conservaban las puertas abiertas durante todo el día, pero eso iba a durar muy poco tiempo; se realizaban consultas en las urnas,… el futuro había comenzado a habitarnos.

El pueblo, la calle, el ambiente familiar en el que crecía Mari Luna era de tránsito. Todo se transformaba a un ritmo vertiginoso y ella y su generación iban a ser testigos y herederos de aquellos cambios.

A los tres años –cuando nuestra democracia daba sus primeros pasos- ella caminaba ya segura hacia el colegio La Inmaculada delas madres concepcionistas, para iniciar sus estudios de preescolar. Cada mañana, tras la recomendación de su madre, nunca le faltaba una mano a la que cogerse, para evitar los peligros de los coches (cuyo número ya comenzaba a dispararse) sobre todo al cruzar por el cuadro de Jesús. Y en ese colegio,          -¿Quién se lo iba a decir entonces?- de alguna manera, se quedó para siempre.





 Junto con las cartillas y las caligrafías, con las sociales y las mate, con los idiomas,… llegó emparejada una formación religiosa y humana que, a la postre, resultaría decisiva en su vida. 

Once años en los que se ponen las bases de todo lo que nuestra pregonera es hoy pero, a la vez, llenos de juegos, de amistades, de fiesta, deporte y de mucha alegría. La pequeñita de la casa, nunca una niña caprichosa o sobreprotegida, ha dejado atrás la niñez y se ha convertido en una adolescente que ya presenta los rasgos de una persona independiente, con ideas propias y a la que no es fácil bajar del burro.

En casa se practica mucho deporte, sobre todo baloncesto, de ahí la afición de Mari Luna que perteneció a los equipos femeninos del Club Baloncesto Pozoblanco, hasta que se marchó al noviciado. Esta faceta despertaría más de una sorpresa en alguno de los colegios por los que ha pasado, cuando los alumnos se topaban con una monja, que jugaba al básquet, con buenos fundamentos técnicos y que tiraba a canasta y encestaba más que aceptablemente. 

En el instituto Los Pedroches, junto con la exigencia y la responsabilidad en todo lo relativo a la formación académica se encuentra con los alicientes de la juventud y de la amistad… Esa panda –hoy mujeres con responsabilidades de muy diversa índole en nuestra sociedad- a las que todavía les encanta juntarse, que comenzaban a vivir y se divertían “Pisando fuerte”, como repetía la canción que, en aquellos primeros años noventa, consagró a Alejandro Sanz.

Y al terminar los estudios de bachillerato llega (para casi todos) la gran sorpresa: ¡Mari Luna se va de monja! A muchos, entre los que me incluyo, no nos cabía en la cabeza. O ser monja no era lo que nos pensábamos o Mari Luna había perdido el juicio completamente.

Pero no, precisamente recién terminada nuestra feria de 1991, con los últimos puestos de turrón haciéndose los remolones en la calle la feria y los ecos de las casetas y las dianas floreadas resonando aún en nuestros oídos. Con la maleta de sus 18 años, se marcha al noviciado de las concepcionistas en Marcilla (Navarra). Atrás queda su casa, su familia, la calle doctor Rodríguez Blanco, su colegio, sus amigas, su pueblo… atrás quedan unos padres apenados a la vez que dichosos porque, para ellos, aquel acontecimiento era y sigue siendo un regalo de Dios.

De todo su currículum, que vamos a saltarnos, sólo reseñamos que desde el 8 de septiembre de 1994, Mari Luna es religiosa concepcionista y desde esa fecha cuenta con el relevante -a la vez que humilde- título y nombramiento de SOR.

Sor Mari Luna no significa ninguna meta, al contrario, tras unos años de obligada formación (religiosa y académica) y paso por la Facultad de Teología de San Dámaso y los colegios de El Escorial, Segovia, Madrid, Toulouse… llega (año 2001) lo que ella ha estado esperando: ¡África! la República Democrática del Congo, Guinea, Camerún y, este año, de nuevo Guinea… Pero de eso no diré nada, pues seguro que va a ser materia de su pregón.

La mujer que a continuación os va a dirigir la palabra, es una mujer de su tiempo, preparada, fuerte en su fragilidad, que toca la guitarra y canta, deportista, con sensibilidad, trabajadora, que actualmente asume cargos de responsabilidad en su congregación,… pero que esta noche no está aquí por nada de eso o, quizás, por todo eso a la vez.
Hoy, se encuentra aquí -¡Ese es su mérito para ser nuestra pregonera!- porque eligió ser misionera, porque -para ella- África era algo más que el topicazo del continente negro, porque sus habitantes no son sólo esos niños desnutridos y anónimos que vemos en los telediarios, sino personas con un nombre y una historia y capacidad de sufrir y de ser felices y de amar y ser amados.

Este silo que, antes de convertirse en teatro, guardó durante años el fruto del trabajo agotador, humilde, callado y generoso de la gente del campo de nuestra tierra recibe hoy una cosecha singular y exclusiva, producida bajo el mismo sol pero, a la vez, muy cerca y muy lejos de aquí y que se nos regala en forma de pregón de feria de Mari Luna Escribano.

Os dejo con ella, con la certeza de que sus palabras no nos van a dejar indiferentes y de que, en este magnífico teatro que nos acoge, no siempre se tiene la oportunidad de escuchar a una mujer joven, con el bagaje tan especial que ella aporta a este complicado Pozoblanco de 2013.

Estoy seguro de que me he olvidado de muchos de sus méritos, de muchísimos aspectos relevantes de su persona pero, desde luego, no quiero que se me olvide –por si no lo habíais advertido- que la pregonera de esta feria es mi hermana Mari Luna, y me siento (nos sentimos todos tus hermanos) muy orgulloso de que sea así.

Muchas gracias por vuestra paciencia y vuestra atención y os dejo con ella.




Juan Bautista Escribano Cabrera.

Septiembre 2013


NOTA. En breve publicaremos el texto completo del Pregón que ya forma parte de la historia de Pozoblanco.

ENHORABUENA!

Antonio J Tamajón