martes, 19 de diciembre de 2017

viernes, 20 de octubre de 2017

Cuentos de Los Pedroches


Juan Bosco Castilla nos habla sobre su libro reeditado "Cuentos de Los Pedroches" en un magnífico acto celebrado en la Biblioteca Municipal de Pozoblanco.



Luego Los Mejía nos deleitaron con la interpretación de uno de sus cuentos "El hijo del Pastor".







 "...Señoras y señores, buenas noches. Gracias por haber venido.


         A principios de 1997, la Fundación Ricardo Delgado Vizcaíno, por mediación del que ahora es presidente de COVAP, me propuso recoger las leyendas de Los Pedroches. Yo acepté de inmediato, y enseguida me puse manos a la obra.
         En este punto, quiero recordar lo que es una leyenda.  Según la RAE.
 Narración de sucesos fantásticos que se transmite por tradición.  Una leyenda sobre el origen del mundo, por ejemplo
Relato basado en un hecho o un personaje reales, deformado o magnificado por la fantasía o la admiración. La leyenda del Cid, por ejemplo.


         La leyenda está, pues, a medio camino entre lo real y lo mítico. Una leyenda es, en fin, una ficción que tiene un lejano soporte histórico, protagonizada por personajes casi siempre reales que han alcanzado con el tiempo la condición de legendarios.
         Con una grabadora de casete y un bolígrafo, visité durante casi dos años a muchas personas de cada uno de los pueblos de Los Pedroches, casi todas mayores, que podrían ayudarme en esa labor. Para localizarlas, le pedí ayuda a Luis Lepe Crespo, que contaba con un numeroso grupo de informantes de música tradicional, quien me dio todo tipo de facilidades, y a personas como Antonia Tirado Moreno, Miguel Romero Ruiz, Manuela Margarita Ruiz Blanco y Ponciano Quebrajo Benítez. Donde no tenía informantes, los buscaba en los Ayuntamientos, en los hogares de pensionistas, en las residencias de mayores.


         Y en este punto quiero recordar a alguno de ellos.
         – A Cleofé Jiménez Daza, que me recibió con su familia alrededor de una mesa camilla en su casa de Santa Eufemia. Cleofé, que tenía 99 años por entonces, me dijo que durante la guerra iba andando a visitar a su marido, que estaba preso en la cárcel de Almadén. Cleofé me contó el cuento de La risa de los santos.
         – A Antonio Romero Moreno, más conocido como Antonio de Fermina, de Torrecampo, que fue durante muchos años concejal de su pueblo. Una persona trabajadora y honrada. Antonio me contó el cuento El caballo Matalobos.


         – A Asunción Cañuelo Fernández, de Villanueva de Córdoba, que era joven entonces y lo sigue siendo. Asunción me contó el cuento El cielo de los simples.
         – A María Ruiz Lunar, de Dos Torres, que un día, de los varios que la visité, me recibió haciendo jabón casero con aceite usado en el patio de su casa, rodeaba de tarros que tenía en el suelo. María me contó el cuento El Maestro de todos los maestros.
         – Y, entre otros muchos, quiero recordar a Andrés Ballesteros Encinas, con quien compartí varias tardes en su taller de zapatería de la calle Bautista de Pozoblanco. Andrés me contó el cuento “Tomar el pelo”.
         Aunque lo que iba buscando eran leyendas, lo que me contaban mis entrevistados no lo eran verdaderamente. Yo me presentaba, explicaba lo que era una leyenda y, con su autorización, ponía en marcha la grabadora.


         El concepto de leyenda no es fácil de transmitir y de comprender.
         Me pasaba con mis informantes mucho tiempo. Eran normalmente personas mayores, muchas de ellas vivían solas o estaban rodeadas de familiares cansados de oírles sus batallitas, y se encontraban de pronto con alguien que las oía con atención, con mucha atención.
         Me hablaban. Me hablaban mucho. Me hablaban durante horas. En algunas ocasiones, durante varias tardes. Se iban por las ramas y me hablaban de cualquier cosa. De la guerra, de la preguerra, de la postguerra. Sobre todo de eso. Uno de ellos, por ejemplo, me aseguró que se acordaba de lo que había hecho cada uno de los días de la guerra.


         Y cuando yo intentaba reconducir la conversación, no me contaban leyendas, sino historias reales o cuentos. Es decir, el medio camino entre la realidad y la ficción que tiene la leyenda se acababa decantando entre la realidad, esto es, la Historia, o la ficción, esto es, el cuento.
         Después de muchas conversaciones con mis informantes, llegué a la conclusión de que eran muy pocas las leyendas que había en Los Pedroches. A mitad del trabajo, supe también que las pocas leyendas que había, o estaban recogidas, como en el caso de Pedroche, pueblo en el que había un buen puñado de ellas, o ya se habían incluido en el original no publicado de un libro de Manuel Moreno Valero (a quien también visité en Córdoba), en cuya publicación, que fue en 2001, colaboró luego la misma Fundación Ricardo Delgado Vizcaíno.


         Así que, como el camino de las leyendas se me cerraba, elegí el camino de los cuentos.
         Al cabo de dos años, me había recorrido todos los pueblos de Los Pedroches y tenía una notable colección de cuentos, anécdotas y chascarrillos que pasé a papel y presenté a la Fundación, al tiempo que proponía un cambio en el contenido del proyecto, que la Fundación aceptó de inmediato.
         Esa colección cuentos, anécdotas y chascarrillos era muy diversa. Como digo en el prólogo, no era un todo dotado de unidad, sino incoherente y disperso, en el que cabían cuentos largos y cortos, chistes, chascarrillos, anécdotas antiguas y otras no tan antiguas; historias de Quevedo junto a historias de animales humanizados y cuentos religiosos junto a cuentos eróticos y aun obscenos o pornográficos.


         Y aún más, sin ser un experto en la materia, me pareció que muchos de ellos no eran cuentos tradicionales, sino de autor, y que muchos de ellos no eran originarios de Los Pedroches ni tenían raíz alguna en esta tierra.
         Cuando aparté los que más desentonaban del marco “cuentos tradicionales de Los Pedroches”, me encontré con un conjunto que no tenía armonía, que seguía siendo demasiado diverso.
         Podía haberlo remitido así a la Fundación, como estaba, pero intuí que en ese caso el proyecto solo era atractivo para los expertos, no para el público lector, que demanda un estilo único, un relato coherente e historias con un determinado tamaño, con un argumento mínimo y bien resueltas.
         ¿Y si utilizaba los cuentos, los chascarrillos, las anécdotas como base para escribir otros cuentos?, pensé. Es decir, ¿y si hacía una adaptación libre de lo que me habían contado, como hacen los novelistas en las novelas históricas?
         Para probar, escribí un cuento y me gustó. Escogí, a continuación, uno con suficiente potencial de cada uno de los pueblos, de manera que estuvieran representados la mayor parte de ellos. Y me puse a desarrollarlos, a adaptarlos, a razón de uno al mes, aproximadamente.


         Cuando terminé no tenía una colección de “Cuentos tradicionales de Los Pedroches”, sino una colección de “Cuentos de Los Pedroches”, sin el adjetivo tradicionales. No obstante, creí que el lector debía saber cómo era el cuento original, así que incluí las dos versiones: la original, tal y como me loa habían contado, y la versión escrita por mí.
         La colección se publicó en 2001. Al poco tiempo, se agotó.
         Desde entonces, algunas personas se han dirigido a mí para preguntarme cómo podían conseguir un ejemplar o pidiéndome una nueva impresión.
         Hace unos años, cuando publiqué mi página web y puse en ella buena parte de mis escritos, decidí insertar también Los cuentos de Los Pedroches. Entonces, los volví a leer, les corregí algunos errores y los publiqué. Todo lo que está en mi página se puede descargar libremente y reproducir, siempre que no sea con fines comerciales. Y hubo quien insertó en otras páginas de internet alguno de estos cuentos.


         Cuando volví a leer los cuentos, casi no los recordaba. Y me gustaron, lo que no suele ser muy frecuente con mi obra anterior.
         Están escritos en un estilo que ya no utilizo, y que consideré entonces, y considero ahora también, bastante apropiado para un relato que unas veces es irónico y pícaro y otras severo y edificante, pero siempre popular.
         Hace unos meses, descubrí que el libro al completo se podía descargar en internet en distintos formatos desde varias páginas, para mí totalmente desconocidas. Entonces, yo mismo lo subí a amazon, en formato kindle, para que pudiera descargarse corregidos y sin problemas.
         Dos cuentos han sido adaptados recientemente por el grupo de teatro Los Mejía, que ha hecho con ellos un trabajosorprendente y magnífico. Estos cuentos han sido representados en varios pueblos de Los Pedroches, donde siempre han tenido una gran acogida.
         Para un aficionado a la escritura, como lo soy yo, a quien tanto le cuesta dar a conocer su obra, que Los cuentos de Los Pedroches se hayan vendido y extendido y hasta se hayan adaptado al teatro es una enorme satisfacción.


         Hace dos meses o así, Isabel y Pedro, de 17 Pueblos, me propusieron la reedición de Los cuentos de Los Pedroches.
         Yo acepté de inmediato, como no podía ser de otra forma. Publicar cuesta mucho trabajo. Muchos libros no se publican nunca o se publican malamente. La propuesta de 17 Pueblos es una mosca blanca que había que aprovechar.
         Esa publicación satisface mi vanidad, que es la única satisfacción que tienen los artistas de un nivel como el mío, y satisface la demanda de libros que me habían expresado algunos potenciales lectores. Ahora, la única satisfacción que queda pendiente es la de los editores, Isabel y Pedro, que arriesgan sus ilusiones y su dinero.


         Espero que esta satisfacción también se cumpla.
         No soy muy amigo de las presentaciones. Los cuentos de Los Pedroches nunca se presentaron cuando se editaron ni se han presentado después, de manera que ahora se visten de gala por primera vez. Lo hacen cuando ya son mayores de edad, 16 años después de su primera publicación, cuando a su autor ya le constan algunas opiniones de sus lectores.


         Por eso, en otras circunstancias, habría dicho “espero que les gusten”. En las presentes, seré menos comedido y diré “espero que les sigan gustando”.
El cuento que van a representar los Mejía, El hijo del Pastor, me lo contó Sebastián Castillo Román, al que visité al menos un par de veces en la residencia de mayores de Pedroche. El original que me contó Sebastián contiene los personajes típicos de lo que me contaban mis informantes. Por un lado, el personaje que representa la ingenuidad extrema, esto es, la simpleza, que casi siempre es un hombre de campo, y, por otro, los personajes que representan la astucia, la fullería, el disimulo, que suelen ser mujeres de la vida u hombres relacionados con la iglesia, como los curas o los sacristanes.


         La historia tiene, también, dos de los ingredientes fundamentales de este tipo de cuentos: la picardía y lo escatológico.
         La trama original es muy simple, pero muy potente. Yo la tomé en su totalidad y con ella construí el principio y el final del cuento. Es decir, me inventé toda la parte del medio, el desarrollo, y para ello debí introducir varios personajes más. También hice que la simpleza del pastor fuera aún mayor de la que reflejaba el cuento original. Por ejemplo, en el cuento original el pastor tiene relaciones íntimas con su mujer y espera que dos días más tarde haya nacido un hijo. Yo, además, escribí que el pastor se acostaba con su mujer y sentía el placer de estar calentito y acompañado, pero no tenía relaciones íntimas con ella. Y a pesar de eso, cuando volvía al pueblo, esperaba ver retozando por la casa a su hijo.

 


         También hice que fuera mayor la inteligente y fresca desvergüenza de su mujer, a la que acompañé de unos personajes que no venían en el cuento original, a fin de pudiera dialogar con ellos.
         La historia tiene varias escenas y no es fácil de representar en un teatro. Cuando supe que Los Mejía la habían adaptado, me pregunté cómo habían solucionado el pase de unas escenas a otras sin correr el telón,  cómo habían solucionado las varias escenas de cama y cómo habían solucionado la escena en la que uno de los protagonistas enseña el culo, de la que no se podía prescindir sin estropear el relato.


         Y debo decir que cuando vi la representación de Los Mejía me quedé fascinado. Habían solucionado de una manera impecable los problemas que suponía la adaptación echando mano de técnicas de representación que a mí jamás se me habrían ocurrido, de manera que la obra de teatro era una adaptación perfecta del cuento y una gran de arte por sí misma.


         Y no quiero decir más, para no estropearles el placer de ver a Los Mejía representar el El hijo del pastor.
         

           Nada más. Muchas gracias..."



El libro lo ha editado Pedro de la Fuente Serrano  y puedes encontrarlo, antes de que vuelva a agotarse en https://www.17pueblos.es/tienda/libros/libro-cuentos-los-pedroches-juan-bosco-castilla/