Cuando PRODE nos reunió a Antonio Arévalo y a mí para preguntarnos si queríamos colaborar en la elaboración de un cómic que sirviera para realzar el 25 aniversario de su fundación, ambos aceptamos enseguida. Yo, particularmente, tenía importantes razones para ello:
En primer lugar, porque me une desde siempre una gran amistad con Blas García Ruiz, con quien comparto la afición por el baloncesto, y a quien debo mucho como escritor, pues jugó un papel determinante en la publicación de mi primer libro.
En segundo lugar, porque se trataba de colaborar con PRODE, una institución fundamental para entender el presente de Pozoblanco y de Los Pedroches, especialmente de esos ciudadanos que son las personas con discapacidad y, colateralmente, de esos otros ciudadanos que son las personas que trabajan con ellas. Todos los seres humanos tenemos una dignidad mínima por el hecho de serlo. El fin de PRODE es procurar que esa dignidad sea igual cualesquiera que sean las situaciones de partida. Aportar mi imaginación y mi tiempo a la elaboración de ese proyecto era contribuir a que las personas con discapacidad fueran iguales a las demás, como hacen las instituciones que cumpliendo con su obligación subvencionan a PRODE y como ha hecho
Aceptado el ofrecimiento, ante mí tenía dos posibilidades. Una, recoger lo más significativo de la historia de PRODE, a fin de realizar una suerte de historia ilustrada de esta institución. Esta alternativa era la más recurrente y la menos arriesgada y se justificaba en que era precisamente el hecho de realzar el 25 aniversario de la institución lo que se había planteado, pero tenía en contra que se agotaba enseguida en el espacio y en el tiempo. En el espacio, porque se reduciría al ámbito geográfico donde PRODE actúa. En el tiempo, porque limitaría su actualidad al período del aniversario.
La otra opción era escribir una historia libre, en la que de una forma directa o indirecta se tratara de reafirmar no tanto a PRODE, como su fin, la atención a las personas con discapacidad. Esta opción era mucho más creativa y poseía la ventaja de que tendría sentido en cualquier parte y en cualquier tiempo, aunque tenía el inconveniente de que era mucho más arriesgada, pues lo mismo podía salir una historia interesante que una vulgar.
Cuando pregunté por la opción que preferían, PRODE tuvo el acierto, a mi juicio, de inclinarse por la menos festiva y más arriesgada, y yo me puse a trabajar enseguida.
Desde el principio tenía claro que la idea sobre la que debía versar la narración era la igualdad. Todos tenemos unas potencias y todos carecemos de otras potencias. Todas las personas somos iguales, tengamos una discapacidad o tengamos otra. Ahora bien, si las personas con una discapacidad declarada son iguales a las otras, ¿por qué había de tratarlas el guión de una forma desigual? El guión había de ser como cualquier otro. Si eso era así, la única diferencia entre el guión que yo escribiría y cualquier otro sería que en el mío alguno de los protagonistas tendría lo que la sociedad comúnmente llama una discapacidad.
De entre todos los géneros posibles, escogí el más parecido a la novela negra, por creerlo el más lleno de posibilidades, y me puse a escribir. Escribir cómic no es ni más fácil ni más difícil que hacerlo en cualquier otra modalidad literaria. Las obras de ficción son en todos los casos historia y forma, o historia y expresión de esa historia. La historia es independiente y depende de la imaginación del autor. Para mí, la historia es siempre fundamental. La historia debe ser creíble, no puede tener altibajos, a fin de interesar constantemente al lector, y debe estar bien rematada. La historia se construye en un ámbito de espacio y de tiempo concreto con personajes que se definen o bien por lo que de ellos dice el autor o bien por lo que hacen.
Lo específico del cómic es lo limitado de la expresión verbal, precisamente por lo amplio de la expresión gráfica. Un cómic no es tanto historia y palabras como historia y dibujos. Los cómics se parecen más a las películas que a las novelas, y más a las películas mudas que a las sonoras. En palabras, la expresión se define con cuatro retazos rápidos. Por esa escasez verbal, los personajes no pueden caracterizarse por lo que de ellos dice el autor, sino por lo que hacen. Por esa escasez verbal, es mejor que los personajes tengan pasado, porque con pasado aparecen en la historia casi definidos, y por esa escasez verbal, el lenguaje debe ser contundente, casi lapidario.
Yo escogí el tiempo presente, en el que los ciudadanos gozan de todos los derechos y todas las obligaciones, y situé a los personajes en una ciudad indeterminada de nuestro ámbito cultural. Mi historia sería la de un cómic, pero bien podría serlo de una novela o de un guión cinematográfico. En esa historia –resolví–, aparecerían personajes con distinto tipo de discapacidad junto a otros que pertenecerían a minorías étnicas y a diversos campos del trabajo social, y todos ellos se integrarían de una forma natural en el relato que había de servir de soporte a los dibujos de Antonio Arévalo.
Al citar a Antonio, me siento obligado a hacer un elogio de sus dibujos. Lo bueno del cómic es que ante él uno no sólo es lector, sino observador, porque un cómic es, fundamentalmente, dibujos. El cómic tiene una lectura rápida y muchas miradas posteriores. Ante los dibujos que Antonio Arévalo ha hecho para La partida de defunción, conviene detenerse una y otra vez, observarlos detenidamente y disfrutarlos. Su laboriosísima labor ha colmado con mucho las expectativas que yo me había creado.
Está claro que este tipo de ediciones no son económicamente rentables y, por ello, no entran dentro del campo de las editoriales privadas. Por eso es tan importante el papel que instituciones como
Quiero, por último, agradecer a PRODE el haber pensado en mí para la ejecución de este trabajo. Ello supone una muestra de confianza que en modo alguno hubiera querido defraudar. Mi pretensión era desde el principio estar a la altura de sus fines. Espero, simplemente, haber colaborado como uno más a la conmemoración de su 25 aniversario.
JUAN BOSCO CASTILLA.
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