Estoy convencido que hay una sola piedra angular capaz de armonizar
todos los elementos y dar una cohesión equilibrada, sin riesgo a perder nada de
si mismo y alcanzar pautas sublimes de perfección y en favor de la solidaridad
y de la humanidad misma.
Esa dimensión no puede ser otra que la dimensión religiosa.
La dimensión religiosa “religa” al hombre con Dios, el único dador de
sentido global último a la vida y da respuesta convincente a la propia
existencia, al curso de la historia y al conjunto de la realidad.
La dimensión religiosa
jamás rechaza de cuanto humano hay en la realidad y en el hombre mismo,
armoniza la fe y la razón con una alianza no exenta de conflictos pero que las
convierte en dos alas en favor de la libertad y de la verdad, da razones para
vivir en medio de una cultura cada vez más cambiante y más fugaz, remite
nuestra existencia más allá de ella misma dando soporte al ansia de felicidad y
de eternidad que tenemos todos los humanos...
La gran contribución social de la Religión en una cultura fragmentada, contradictoria y ambigua como la nuestra radica en "dar sentido último a la propia existencia, al conjunto de la realidad y al curso de la historia" (Martín Velasco).
Desde la Religión la vida en su conjunto cobra una cierta consistencia y una unidad fundamental desde Dios, que da sentido último a la realidad, convirtiéndose en la profundidad última de la misma existencia.
Para la persona religiosa su mismo existir en este mundo no es meramente el
fruto azaroso de una noche de placer de sus padres sino que, más allá de este
hecho, es alguien querido por Dios en lo más profundo de su esencia que viene a
este mundo para realizar una misión de realización y de servicio.
Para la persona
religiosa el conjunto de la realidad no es meramente la consecuencia de una
explosión enorme y su posterior desarrollo hasta hoy, sino que, desde Dios,
encuentra su soporte último en Éste, que despeja la incógnita fundamental
filosófica ¿por qué existe el ser y no la nada?. Desde Dios el conjunto de la
realidad aparece como una creación en la que podemos vislumbrar la huella
eterna de Éste.
Para la persona
religiosa el curso de la historia, tan ambigua en sus contornos y tan
contradictoria en sus hazañas, tan poco exigente con la justicia de aquellos
que más sufren y menos privilegiados, camina hacia el punto Omega, hacia el
encuentro con Dios.
De ahí que para el creyente, la historia tiene un dinamismo
de futuro en su propia impulso, que hace siempre peregrino el presente y
desaconsejable la instalación en lo presente como lo único definitivo.
En definitiva, la
dimensión religiosa está en la propia búsqueda de todo hombre y la negación de
la misma, e incluso su rechazo, por parte de los hombres de cada generación e
incluso por los diseñadores de la sociedad en cada momento histórico, no hace
otra cosa que generar más incertidumbre y más frustraciones en la gente,
lanzándose hacia nuevas manifestaciones, en ocasiones de raíz patológica y
muchas veces sectaria.
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