Publicamos el texto completo del discurso de presentación de Juan Bosco Castilla.
Señoras y señores, buenas noches.
En el verano de 2011,
el que iba a ser pregonero de la feria de Pozoblanco me pidió que fuera su
presentador. Yo acepté de inmediato y le pedí que me mandara su currículo
personal y algunos datos de su propia vida. Al cabo de muy poco tiempo, Luis
Lepe Crespo, la persona a la que me refiero, me envió por correo electrónico un
escrito en el que, aparte de rogarme que no lo avergonzara con muchos elogios,
terminaba diciendo: “Cuando tenía 20 años mi meta era tener una tienda de
música y trabajar en el Conservatorio de Pozoblanco. Hoy soy una persona feliz,
pues he cumplido mi mayor fantasía”.
Hoy presentamos lo que ni
siquiera Luis Lepe había soñado, los tomos 3º y 4º de su magna obra sobre La
música de Los Pedroches.
Como no quiero avergonzarlo con elogios, me limitaré
a decir que Luis Lepe había
aprendido en los Salesianos a tocar los diversos instrumentos de la rondalla,
había dirigido algunos grupos musicales de adolescentes y, más tarde, formado
parte de otros que ya son historia de la música pop de Pozoblanco, como Los
Doming o Sentidos.
Había dejado de estudiar a los 18 años para ponerse
a trabajar en las oficinas que la RENFE tenía por aquellos entonces en
Pozoblanco y empezado a estudiar música a los 23 años, en el Conservatorio de
Córdoba. Por aquel entonces, trabajaba en la fábrica de gaseosas de La
Revoltosa, a cuyos dueños guarda un cariño especial, pues le permitían faltar
los tres días que debía asistir a clase y recuperarlos trabajando los sábados.
Luis tenía un objetivo y seguía estudiando a pesar
de todo, incluso a pesar de que en 1987 se cumpliera la primera parte de su
sueño y abriera una tienda de música.
La segunda parte de ese sueño empezó a cumplirse en
1991, año en que se abrió el Conservatorio de Pozoblanco, y casi termina en
1994, año en que empieza a impartir clases de Armonía en el Conservatorio
Superior de Música de Córdoba. A partir de entonces, 1994, vive exclusivamente
de la música, pero sigue estudiando, de manera que en 1998 termina Musicologia,
Etnomusicologia, Paleografía y Gregoriano.
La tercera parte, lo que ni siquiera la persona que
tengo al lado soñó, es la realidad que hoy nos congrega aquí.
El libro que hoy presentamos, que recoge
el cancionero popular profano de Los Pedroches, es la segunda parte y última
del descomunal, enciclopédico, trabajo que Luis Lepe Crespo ha dedicado a la
música de Los Pedroches. Esta obra no habría sido posible si su autor no
hubiera sido un trabajador metódico, concienzudo e incansable. Esta obra no
habría tenido la calidad que tiene si su autor no hubiera sido un musicólogo. Y
esta obra no sería igual, sería menos completa y menos hermosa, si no hubiera
sido realizada con cariño, con el cariño que su autor le tiene a la música y a
Los Pedroches.
Y
diría más, este libro no sería igual si Luis Lepe no estuviera enamorado de la
música tradicional de Los Pedroches. Ese amor es incuestionable. Lo sabe
cualquiera que lo conozca a él y lo sabrá cualquiera que se acerque a su libro,
a poca sensibilidad que tenga.
Ahora
bien, la cuestión que se me plantea, que se me ha planteado numerosas veces
después de hablar con Luis sobre la música tradicional de Los Pedroches, es si
ese amor es correspondido. O dicho de otra forma, si la música tradicional de
Los Pedroches responde al amor de Luis manteniendo su vigor, su impulso, su
potencia. Y creo que no. Creo que el amor que Luis Lepe tiene por la música
tradicional de Los Pedroches es un amor platónico, tanto como el que cualquiera
de nosotros podría tener por una estrella del cine americano o, mejor, como el
que podría tener por una persona cercana y que ha conocido pero que ya ha
muerto.
Ha
muerto. La música tradicional de Los Pedroches profana ha muerto. Luis lo sabe,
lo reconoce, él mismo lo dice en la presentación que se recoge al principio de
su libro. Dice, por ejemplo, literalmente:
Al
estudiar la música en general y en particular la de tradición oral que ha
llegado hasta nosotros, descubrimos la pasividad que la sociedad ha mostrado
ante la desaparición de músicas que
nunca se tenían que haber perdido y
la indiferencia con que se han aceptado como propias melodías foráneas, que han
llegado hasta nosotros subidas al tren de la moda musical, sin ser conscientes
de a dónde nos llevaba ni de cuál iba a ser su destino.
Y reconoce, también, que no es una música nuestra,
ya no. Literalmente, dice:
Es
la música tradicional, con la que nuestros antepasados celebraban y acompañaban
los principales acontecimientos de su vida, desde el nacimiento hasta la muerte.
Y,
por último, dice, también literalmente:
El origen último de todo el
material recogido y empleado es la
memoria de los mayores de Los Pedroches, en la que se grabó de oírlo de sus
padres y de sus abuelos.
Es
decir, que la música que se recoge en este libro es la música que fue pasando
de padres a hijos desde su creación hasta nuestros mayores, y ahí se quedó, ahí
se quedó para siempre, pues de la memoria de nuestros mayores no ha pasado a
nadie más. De manera que si no hubiera existido esa última memoria no habría
sido posible hacer ni este libro ni otros estudios que se hacen sobre la música
tradicional de Los Pedroches, ni sería posible el excepcional repertorio de
canciones que tienen, entre otros, grupos como Aliara o el de bailes de grupos
como, entre otros, La faneguería.
¿Se podría haber evitado esa muerte?
A
ver, de la lectura de este libro y del libro anterior he aprendido que la
música tradicional está íntimamente ligada a la sociedad en la que vive, a los
trabajos cotidianos, a los juegos cotidianos, a las relaciones cotidianas… Es en
la cotidianidad donde nace y donde
crece la música y si muere la cotidianidad o es sustituida por otra, muere con
ella la música o es sustituida por otra.
La realidad,
en fin, es la que hace nacer la música popular, la que la hace crecer y la que
la mata. La realidad determinó que en el siglo XIX se roturaran grandes
territorios de la sierra ubicada al sur de Los Pedroches y se plantaran allí
una gran cantidad de olivos y que, de esa manera, se produjera una gran
concentración de personas, muchas de ellas venidas de fuera, todas empleadas en
un trabajo duro, muy duro, que necesitaba del desahogo que ofrece la música,
personas, la mayoría jóvenes, que al terminar la jornada convivían alrededor de
una candela y entretejían sentimientos y emociones, esos sentimientos y esas emociones
que sabe plasmar como nadie la música.
La realidad cambió con el olivar de la
sierra y generó su propia forma de expresión, distinta de la que existía antes y
distinta de la que existe ahora.
¿El salto entre esas realidades es
similar? ¿Es similar el salto entre la realidad que existía antes de la llegada
del olivar y la del olivar y el saltó entre la realidad del olivar y la de hoy
en día?
Evidentemente, no. El salto que se ha
producido en los últimos años ha sido descomunal. En una sola generación, la
que va de nuestros padres a nosotros (los que estamos entre los cincuenta y los
sesenta años) se ha producido eso que en Filosofía de la Ciencia se llama un cambio de paradigma. La realidad no
ha cambiado un poco, ha cambiado en su totalidad, en el fondo, en lo esencial,
de manera que ya no puede hablarse de una realidad modificada, sino de una
realidad totalmente distinta
El cambio ha sido descomunal en lo inmaterial
y en lo tecnológico.
En lo inmaterial, porque del rigor en
las costumbres, que se relajaban en la sierra y provocaba situaciones subidas
de tono, se ha pasado a una libertad casi total, en la que ya no tiene sentido
lo implícito, porque casi todo se explicita. Y en lo inmaterial, porque las
condiciones de trabajo se han dignificado, los tipos de trabajo se han reducido
y se han modificado las relaciones entre los trabajadores y entre los
trabajadores y los patronos.
El cambio en lo inmaterial ha venido de
la mano de un cambio tecnológico enorme. Ya no hay molinas ni, en consecuencia,
molineros. Ya no hay arrieros. Ya no hay, alfareros, carpinteros, tejedores,
zapateros, albañiles, carboneros, hortelanos, pastores, zagales, guardas,
artesanos, caseros, etc. Muchos aceituneros no se quedan en los cortijos, sino
que vuelven al pueblo por las noches. El tiempo libre lo llena la televisión, o
la radio, o el móvil.
La realidad es distinta en la sierra
porque ha habido un cambio de costumbres y un cambio tecnológico gigantesco. Un
cambio que se percibe mejor, porque nos afecta a todos, cuando de otras músicas
tradicionales de carácter profano se trata. ¿Quién baila al corro ya, por
ejemplo? ¿Qué niños juegan en la calle? ¿Quién cuenta romances de plaza en
plaza? ¿Quién puede cantar canciones de quintos, ahora que ya no hay quintos ni
nada que se le parezca?
Responder a todas esas preguntas
diciendo que casi nadie es ser muy generoso. Es más acertado decir que nadie.
Hoy en día, las calles están llenas de
coches y el tiempo libre está ocupado por la televisión o por internet.
¿Cuándo fue la última vez que visteis a
unos adolescentes jugar al corro en la calle? ¿Se puede mantener así La tarara,
El jardín de la alegría, en donde a las muchachas les salían los novios más
bonitos de España, o la canción del barquero, ese que invitaba a las niñas
bonitas a cruzar el río? ¿Puede mantenerse el San Juan de Villanaranja, el que
fumaba bien y cantaba bien y tenía la barriga llena de vino tinto y de vino
azul, si nuestros niños no saben lo que es jugar a carabineros o a Sevilla
Eléctrica?
No, no puede mantenerse, y ¡ganita que
breguemos!, como se decía en nuestra tierra, porque no hay nada que hacer.
¿Que nos duele? Bueno, nos duele a los
que tenemos una edad lo suficientemente avanzada como para recordar lo que
hemos perdido. La generación a la que pertenezco es la última que ha jugado en
la calle, la última que ha hecho la mili, la última que ha ido en carro a la
sierra con las gallinas en una jaula y el gato en un costal. Para nosotros, la
música que se recoge en este libro es algo más que la música que tuvo un pueblo
en un pasado cercano, porque da la casualidad de ese pueblo es el nuestro y esa
música era la nuestra.
Cuando otros oyen estas músicas,
sienten menos que nosotros, sienten distinto que nosotros, porque nosotros,
además de las emociones que la propia música genera, sentimos las emociones que
nos llegan desde nuestra propia memoria.
Como evocamos emociones y sentimientos
con esa música, nos duele su pérdida. Pero, además, nos duele su olvido. Porque
no es solo que estas músicas se hayan perdido, es que además se han olvidado. Y el colmo de los colmos es que, además de
perderse y además de olvidarse, han sido sustituidas en su propio tiempo, en el pasado, han sido suplantadas en la
Historia, de manera que para mucha gente no solo no existen, sino que no han
existido nunca. O por decirlo de otra forma, de manera que para mucha gente la
música que se tiene por popular hoy en día, es la que ha existido siempre.
La pérdida, el olvido y la mentira.
¿Entienden ahora por qué es tan
importante el trabajo que vienen desarrollando grupos como Aliara o La Faneguería
y personas como Antonia García?
¿Entienden por qué es tan importante la
labor de Luis Lepe Crespo?
¿Entienden
por qué era tan necesario este libro?
Este libro no hará que los aceituneros
y las aceituneras vuelvan a bailar jotas y cantar canciones picantes al amparo
de la candela, no hará que los niños vuelvan a jugar al corro en la calle, no
devolverá las canciones de boda ni los antiguos cantos de trabajo, pero los
rescatará del olvido y los ubicará donde se merecen, que es en la memoria de
nuestro pueblo.
Decía al principio que Luis Lepe Crespo
es metódico, concienzudo e incansable. Por eso mismo este libro se ha hecho con
una voluntad integral, a fin de recogerlo todo, incluidos los cantos que se
empleaban para aprender las tablas de multiplicar o las nanas con las que
madres procuraban el sueño de sus hijos. A fin de que cualquiera que sienta el
deseo de saber cómo nos expresábamos hasta hace poco, pueda ver satisfecho ese
empeño.
Y decía que Luis Lepe Crespo es un
musicólogo. Y por esta razón, el libro recoge las tonadas y las transcribe al
formato musical, de manera que cualquier amante de la música pueda
comprenderlas en su verdadera esencia e interpretarlas.
El carácter científico del musicólogo
no se conforma con recoger y transcribir las tonadas de una manera ordenada y
sistemática. La música popular nace en un ambiente determinado, en un
ecosistema social, al igual que las criaturas nacen en un ecosistema biológico.
El carácter científico de Luis Lepe hace que en el libro se recojan las tonadas
y el ecosistema en el que las tonadas surgieron. Por eso, el libro que hoy
presentamos es de música popular y es, también, de Historia y de Antropología,
de Historia de Los Pedroches y de Antropología de Los Pedroches.
Todo lo que se afirma en este libro está
documentado o ha sido citado por otros autores, de los que se da cuenta en el
acto, en su literalidad o con más de setecientas notas a pie de página, que en
numerosas ocasiones amplían o explican lo que se ha dicho en el texto ordinario.
Nada
en este libro se ha dejado al azar. Todo lo que recoge es rigurosamente cierto.
El
carácter enciclopédico del texto hace que podamos leerlo como un libro más, es
decir, empezando por el principio y continuando página a página hasta su final,
o que lo tengamos como un libro de consulta, al que se recurre para solucionar
una duda o satisfacer una curiosidad.
Luis Lepe, cuyo amor por la música es
públicamente conocido y reconocido, puede sentirse orgulloso, muy orgulloso, de
lo que ha hecho. Sus muchas horas de trabajo han cuajado en un libro fenomenal,
que nos devuelve buena parte de nuestro pasado, el más proclive a la confusión y
al olvido.
Si
para mí, que no entiendo de música, este libro ha sido una fuente enorme de
conocimiento y de placer, para el que entiende de música debe ser el colmo de
la felicidad.
Por
último, quiero agradecer a Luis Lepe que haya pensado en mí para hacer esta
presentación. Ha sido un honor inmenso.
Muchas
gracias.
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