viernes, 28 de junio de 2013

Francisco Cabrera, 46 años educando personas.

"Querido Paco, don Francisco: para mí como seguro que para muchos de tus alumnos, has sido una pieza clave en nuestra educación. Has puesto todas tus ilusiones, todas tus fuerzas, todas tus enseñanzas al servicio de una de las profesiones más maravillosa  y muchas veces incomprendida. Sin embargo, ello no ha sido obstáculo para que desde el primer día hasta el último no perdieras (a pesar de atravesar por algunos malos momentos) tu fe en una vocación que te ha marcado durante 46 años. Y seguro, seguro que siempre dirás con orgullo y con letras mayúsculas aunque te jubiles, YO SOY MAESTRO."

Así terminaba su discurso  Rafael García Herruzo , director del IES "Antonio Mª Calero" de Pozoblanco y antiguo alumno de don Francisco Cabrera.

 El discurso empezaba así:


“Sonó el timbre del zaguán y la patrona, madame Magdaleine, una anciana francesa de origen español, abrió la puerta y exclamó al ver aquel rostro conocido: ¡Oh, el señor Francisco!”…


 No, no me he vuelto loco, ni me salgo por la tangente. Así comenzaba el libro de lectura que teníamos en 3º de EGB. Se llamaba “A través de España. Poseía un capítulo tan extenso que era de lo que más temíamos los alumnos de entonces porque a veces, por nuestro mal comportamiento, debíamos copiar de cabo a rabo y con tal de evitarlo, hacíamos las virguerías suficientes para que no nos castigaran. ¿Y quién podría poner tan “cruel” castigo a unos tiernos infantes como nosotros? Quién debía de ser, pues don Francisco como lo conocimos.



 No voy a hacer un discurso al estilo de los más comunes en donde se cuenta vida y obra del homenajeado. Lo podéis encontrar en nuestra revista “El Calerito”. Voy a recordar a grandes rasgos como Paco influyó en los primeros años de mi vida estudiantil.



El primer contacto que tuve con Paco Cabrera o más bien, don Francisco, así con ese toque de respeto que teníamos a nuestros maestros, fue allá por el año 1970. Por aquel entonces era un tierno infante de ocho años. Un infante de “Los Chiripitifláuticos” y “Bonanza”, de carta de ajuste y de una sola cadena (la segunda solo se veía en las capitales de provincia en UHF), de merendilla de bollo de aceite y jícara de chocolate, de juegos vespertinos en la calle, de… Pero me estoy saliendo del guion y comienzo a divagar, que parezco el abuelo “Cebolleta” contando sus batallitas.



Decía que contaba ocho años cuando don Francisco entró en mi vida por primera vez. Yo era alumno del Colegio Salesiano de Pozoblanco y en ese curso, 3º, me había tocado como tutor un temperamental maestro que cuando se quitaba los anillos de la mano, ¡Tierra, tráganos! sabíamos que se acercaba el reparto de tortas y no de chicharrones, precisamente. Así que había que guardar la compostura para que no te tocara el consabido “premio”. Pues en esas vicisitudes escolares me encontraba, cuando el director del colegio nos hizo una visita a nuestra clase y nos anunció que, puesto que éramos un grupo muy numeroso (para que os hagáis una idea, estuvimos en  8º de EGB 52 alumnos), nos iban a repartir en dos grupos.



Fue nombrando a los integrantes de cada uno de ellos y a mí me tocó en suerte el 3º B. Y digo en suerte porque así me sonrió la diosa Fortuna y fue un ver salir el sol el que comenzó  a alumbrar mi vida estudiantil de ese año. Nos llevaron a otra aula y nos presentaron al nuevo tutor. Podéis imaginaros la escena: todos los alumnos de pie (cosa que siempre hacíamos cuando entraba alguien en clase, fuera quien fuera, director, maestro o el mismo portero) y de pronto vemos entrar por la puerta a un maestro, ¡qué digo maestro; maestro y medio!, jovencísimo, al que mirábamos con la cabeza levantada para poder verle el rostro, tan alto como era y tan enanos como éramos nosotros. La puerta se cerró y allí nos dejó el director con nuestro nuevo tutor que con voz tronante comenzó a pasar lista para conocer a su alumnado.

Por cierto, cuando Paco pasaba lista, le teníamos pánico y no porque a partir de ahí pensáramos que llegaría la temida tormenta de preguntar la lección, sino que nos pedía un boli para anotar las faltas y luego, por arte de birlibirloque, desaparecía en su cartera. Ante esto, nadie se atrevía a decirle nada. Sin embargo, en una ocasión alguien se atrevió a decirle: “Don Francisco, ¿me puede devolver usted el bolígrafo?” Y acto seguido una lluvia de objetos de escribir cayó en cascada sobre la mesa y ante las risas de todo el mundo, se puso a repartir dichas pertenencias a sus dueños.


Pronto comenzamos a conocer la pedagogía de Paco y sus enseñanzas que calaron hondo entre los que formábamos parte de aquella tutoría. Cuando comenzábamos a formar jaleo en clase y para hacernos callar, Paco daba tres palmadas o tres golpes en la mesa con el boli y a partir de ese momento toda la clase guardaba un profundo silencio, para así poder la clase con toda normalidad. Esto lo fue repitiendo en los sucesivos cursos en los que fue nuestro profesor.



Me he entretenido en este año algo más porque ya he dicho que esos fueron mis comienzos con Paco y que se prolongaron hasta llegar a 8º de EGB, año en que pasé al instituto. 


Como ya he referido, Paco era amante de preguntar a sus alumnos diariamente y de esa forma obligarnos a estudiar para que cuando llegaran los exámenes tuviéramos casi sabida la lección. Para ello todos los días, indefectiblemente, sacaba a algunos de nosotros a la pizarra (si no preguntaba a todos) en corro y formulaba una pregunta. Si no contestabas pasaba al siguiente y si este respondía, pasaba a ocupar tu sitio y tú retrocedías, pudiendo llegar hasta el último lugar. 

Cuando acababa el tiempo de preguntar, creo recordar que los cuatro o cinco últimos se quedaban castigados en la campana, sin recreo. ¿Qué qué era eso de la campana? Pues un lugar en donde se concentraban los alumnos “más selectos” (entre comillas) castigados a lo largo de una pared en donde se encontraba la campana con la que se nos avisaba del comienzo de las clases o del fin del recreo, mientras, de cara a la pared, estudiabas la lección no sabida.




Todos aquellos alumnos de Paco que visitaban tan “maravilloso” sitio, al acabar las clases a las doce y media (nuestro horario era de nueve a doce y media y de tres y media a cinco y media), debían permanecer en la clase y él volvía a preguntarles. Si tampoco lo hacían correctamente, por la tarde volvían a la campana, hasta que, por la cuenta que te traía, sabían la lección mejor que la tabla de multiplicar del uno. Yo también fui uno de los afortunados que probé el lugar y quedé tan escarmentado que procuré no ir jamás.


También tenía por costumbre llevar una clasificación de aquellos equipos con lo que nos animaba a competir y procurar saber cada día más.



Con Paco aprendimos a corregir nuestras faltas de ortografía. Todas las semanas hacíamos aquello tan antipedagógico actualmente llamado dictado, muchas de las veces con versos de Lorca como: “La luna vino a la fragua con su polisón de nardos/el niño la mira, mira; el niño la está mirando”. Si cometías una falta de ortografía, debías repetirla 25 veces. Luego te la preguntaba y si volvías a equivocarte, la repetías 50 y así hasta que no tenías más remedio que sabértela. Pero como ya digo, gracias a eso, enseguida dejé de tener faltas de ortografía, yo al menos.


Otra afición que nos inculcó Paco fue el gusto por el teatro y así un grupete de alumnos nos entregamos en cuerpo y alma a esta pasión. Bien durante los recreos o al finalizar las clases, Paco nos preparaba una obra, generalmente de tono cómico, la cual siempre solíamos representar al finalizar el año escolar. La verdad es que me entusiasmaba tanto que me llegaba a aprender el papel de todos los demás actores, con lo que podría haber hecho perfectamente un soliloquio.



 Algunas veces nos invitaba por la tarde a  casa de sus padres para ensayar allí en su patio y de golpe y porrazo aparecía con la merendilla para sus actores, como nos gustaba llamar. Todo un detalle. Lo que más me gustó fue que con una de las obras que representamos, por cierto, escrita por él y que tenía como trasfondo la romería de la Virgen de Luna, nos llevó a la emisora local y nos la grabaron íntegramente y cuando oímos nuestros nombres en el reparto, parecía como si hubiéramos salido en televisión y fuéramos grandes actores.


Podría contar infinidad de cosas que pasé durante mis años de alumno con Paco, pero no quisiera abusar de vuestra paciencia. Sí quiero mencionar, por último, lo amante de los deportes que siempre ha sido. Así, los sábados por la mañana, acudíamos al colegio salesiano en donde él y otros maestros más nos esperaban para llevar a cabo los distintos encuentros deportivos: fútbol, baloncesto y balonmano principalmente.

 Paco se llegaba a nosotros con un montón de camisetas que repartía entre la mirada expectante por ver el número que nos tocaba y si jugaríamos o estaríamos en la reserva. Nos hacía mucha ilusión poder llevar esa indumentaria con los colores de los equipos de la primera división, algunas de ellas bastante deterioradas por el uso excesivo de las mismas.



Pero no nos importaba y casi se la quitábamos de la mano. Paco agarraba un silbato y como el más experto de los árbitros daba inicio al encuentro. Y nosotros, como fieras, íbamos todos tras la pelota sin apenas orden ni concierto solo con el ánimo de pegarle fuerte y tratar de despejarla o marcar gol, según se tratara de que fuera defensa o delantero. Al acabar todo y tras recogida de las camisetas, Paco volaba a la emisora local a fin de informar de los resultados obtenidos, con lo que nos llenaba de ilusión  oír en la radio el nombre de nuestros equipos.





Querido Paco, don Francisco: para mí como seguro que para muchos de tus alumnos, has sido una pieza clave en nuestra educación. Has puesto todas tus ilusiones, todas tus fuerzas, todas tus enseñanzas al servicio de una de las profesiones más maravillosa  y muchas veces incomprendida. Sin embargo, ello no ha sido obstáculo para que desde el primer día hasta el último no perdieras (a pesar de atravesar por algunos malos momentos) tu fe en una vocación que te ha marcado durante 46 años. Y seguro, seguro que siempre dirás con orgullo y con letras mayúsculas aunque te jubiles, YO SOY MAESTRO.



Rafael García Herruzo.









Junto a tu familia has recibido de tus compañeros y amigos el homenaje que mereces.





Hasta siempre amigo.

Antonio Javier Tamajón Flores

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