"...Para mí, hablar de África es hablar de VIDA, es hablar de LUZ, de SOL, de MUSICA y BAILE, de ALEGRIA y ESPERANZA, de FIESTA.
Pero hablar de África es también hablar de SUFRIMIENTO, de DOLOR, de POBREZA, de INJUSTICIA e IMPOTENCIA, de POLVO y CALOR,… Esto no son dos cosas separadas; estos contrastes no marchan en paralelo, no, no… todo va junto.
En África he comprendido que la vida es bonita, que la vida es bella, CON TODO, alegrías y penas, sol y lluvia, salud y enfermedad,… La vida es bonita porque en cada situación puede haber – y de hecho lo hay – un motivo para crecer en fraternidad, en esperanza, en acogida, en amor…"
PREGON DE FERIA
DE NUESTRA SEÑORA DE LAS MERCEDES 2013
Dedico este pregón a mis padres, Juan Escribano
y Francisca Cabrera, a todos mis
hermanos y a mi Congregación de
Religiosas Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza. Por mil y una razones.
Con el corazón lleno de gratitud.
Señor
Alcalde, señoras y señores concejales, amigos, paisanos, Pozoblanco: muy buenas
noches.
El martes 23 de julio, recibí una llamada
telefónica que nunca hubiera imaginado y
que, incluso mientras la escuchaba, tenía todo el aspecto de ser una
inocentada… tan solo el calendario me confirmaba que estábamos muy lejos del 28
de diciembre y que, por lo tanto, no podía serlo. Imagínense, nuestro alcalde,
D. Pablo Carrillo, me llamaba a Yaundé y me proponía ser pregonera de la Feria
de Pozoblanco. Estaba tan sorprendida que no sabía qué decir. Sencillamente
dije que lo pensaría… y ya ven, aquí estoy delante de ustedes… temblando y con
el deseo de no defraudar demasiado a este gran auditorio.
Yo
creo en la Providencia de Dios, y tengo que decirles que esta petición me llegó
apenas una semana después de haber vivido uno de los momentos más difíciles
desde que me encuentro en África. La noche del 13 al 14 de julio, entraron unos
jóvenes armados en nuestra casa. Querían dinero, ordenadores y todo lo que
pudiera darles después algo de beneficio en su venta… Aunque en el momento creo
que me mostré bastante serena, los días sucesivos no fueron fáciles. El miedo
te coge por dentro y te paraliza, la cabeza piensa lo que nunca pensó, y hasta el
corazón siente de manera diferente… Y en esta
situación, recibo la llamada y la petición de ser pregonera de la Feria de mi
pueblo. Y ¡cosa curiosa!, mi mente empieza a repasar mi infancia, la
vida en familia, los años de colegio y
de instituto, y dulcemente, despacito, otros sentimientos van inundando el
corazón,… ¡Volver a las raíces siempre es bueno! ¡Volver a Pozoblanco siempre
es bonito! ¡Saberse perteneciente a una familia y a un pueblo siempre es
reconfortante! Por eso digo que creo en la Providencia, nada en nuestra vida es
puro azar. Nada. La llamada telefónica llegó justo cuando debía llegar.
Cuando
era novicia, leí en un libro, del que no recuerdo el título, que el cristiano
estaba llamado a ser apátrida. En aquel entonces, la idea me pareció acertada.
Luego, con el paso del tiempo, concretamente con mi partida a la República
Democrática del Congo en el año 2001, comprendí que no era posible, y que
tampoco era bonito. Cada ser humano tiene unas raíces, que le hacen sólido y
vigoroso. Sin raíces, la vida es frágil y cualquier viento nos puede derribar. Es
cierto que el corazón se hace más universal, abrazas nuevas culturas y nuevas
gentes, se amplía el horizonte, pero las raíces no cambian.
Hoy
miro con alegría y agradecimiento mi vida y aprecio la solidez de estas raíces:
mi familia, amigos, colegio, parroquia,... mi pueblo. La preparación de este
pregón me ha brindado la ocasión de rememorar muchas vivencias de mi infancia y
adolescencia; quisiera, sirviéndome de las palabras del escritor francés
Anatole France, “no perder nada del pasado, pues solo con el pasado se forma el porvenir”.
Permítanme que esta primera parte sea un recuerdo, un recuerdo agradecido de
todo lo vivido en Pozoblanco, y especialmente en nuestra feria.
Cuando
pienso en la feria de Pozoblanco, viene a mi cabeza justamente la última que disfruté
antes de marcharme al noviciado. ¡Año 1991!, para mí, un año muy especial, pues
era el año “de la llave”. Mis padres han tenido la costumbre de entregarnos la
llave de la casa al cumplir los 18 años. Antes de esta edad, se
quedaban levantados esperándonos hasta que volvíamos, a una hora pactada.
Así que ese año, tenía mi llave y podía
regresar cuando a mi me pareciera bien, sin la preocupación de que mis padres me
esperaban... La feria fue verdaderamente ¡de llave! La emplee todos los días
sin excepción. La verdad es que gocé de
esa “pequeña libertad” que me daba el ser mayor de edad y poder abrir, desde fuera, la puerta de
mi casa. Viéndome a ese ritmo, creo que mi madre y otros muchos dudaban
seriamente de que en 15 días me fuera a marchar al noviciado... parecía que
tanta marcha no encajaba demasiado con esta decisión... Pero, ya ven, han
pasado 22 añitos desde esa feria, y aquí me tienen: religiosa, misionera y
dispuesta a vivir una vez más, nuestras
fiestas... Y es que tengo la certeza de que disfrutar sanamente de la feria, de la
amistad que en estos días se crea, de un buen pincho, de unos churritos
calientes o de la música y el baile, no
está reñido con querer seguir a Jesús. Eso sí, seguramente el ritmo de este año
será bastante diferente....
Aquella
feria bailé más sevillanas que nunca. Antes no era muy bailaora, pues tenía la
impresión, y no solo impresión, era la pura verdad... de que mis amigas
bailaban mucho mejor que yo, y por eso no me lanzaba demasiado. Pero ese año
recuperé todo lo que no había bailado antes. Las sevillanas de los Cantores de Híspalis: “A bailar, a bailar” o “que no nos falte de na” o “tócala tócala
las palmas” me hicieron disfrutar de una
feria inolvidable.
En esos
días fui por primera vez a cenar con mis amigos a la Capri. Hice nuevas
amistades, disfruté de estupendas aparcerías... Sí, me gusta nuestra feria,
digamos que soy “feriante”.
Un poco más atrás, antes de esa superferia del 91, hubo muchas otras. ¡Qué suerte hemos tenido y
tienen los niños de Pozoblanco! Empezábamos el colegio y a los pocos días
se cortaban las clases para irnos de feria! Así no dolía tanto el fin del
verano.
Cada año esperaba el aumento de la paga. Este asunto, junto con la hora de regreso a
casa, era un tema casi diario en
nuestras conversaciones en casa desde que empezaba septiembre, recordando a mis
padres lo que nos dieron el año pasado, y lo que les daban a mis amigas, lo que
habían subido los cacharritos ese año y en fin, machacando todo lo que se podía
para que nos subieran la paga... que a
mí, siempre me parecía poco...
De todas
maneras solía prepararme ahorrando algo de la paga de los domingos anteriores y siempre contaba con lo
que me añadirían mis tías y mi padrino. Finalmente, con todo lo que se juntaba había
que organizarse. Algunos años le decía a mi madre que lo quería todo al
principio, pero otras veces prefería que me lo administrara ella cada día para
estar segura de que podría llegar hasta el último día... porque ya lo dice
nuestro paisano Hilario Ángel Calero en sus Hilariadas que “el primer día de feria gastamos como si no se nos
fueran a acabar nunca los cuartos”.
El látigo,
el carrusel, más tarde el coche de la
risa, la barca pirata... y por supuesto los coches de tope. Subirse en uno de
estos cacharritos era sencillamente estupendo, tenía algo de mágico...
Una
de las atracciones que me encantaba era la pesca loca, en donde casi siempre
conseguía algún premio decente. Pero mi ruina eran esas maquinitas que tenían
como una grúa que debías dirigir para atrapar los regalos y hacerlos subir. Casi
siempre cogía un buen regalo, pero en la ascensión solía quedarme sin
nada... ¡cosas de la vida!
Había
atracciones, juegos y comidas que estaban reservados para el día en que
subíamos con mis padres o con mis tías y los primos. Esas jornadas de feria en
familia eran estupendas. Con mis tías íbamos durante el día, con mis padres, por
la noche. Echábamos a la tómbola,
comíamos pinchitos, calamares, el algodón rosa… y disfrutábamos de lo lindo... Como
colofón a estas salidas, el último día
venía la compra del fereo. Una palabra que el ordenador no reconoce, pero que
seguro que todos los tarugos que estamos aquí hemos utilizado más de una vez. Antes
de decidirse, había que mirar bien por todos los puestos para hacer una buena
elección... ¿Quién no ha tenido una de aquellas ruedecitas con un palo, que
tanta ilusión nos hacían y tan poco nos duraban? ¿O esos carricoches con sus
muñequitas? ¿Y los arcos con sus flechas de ventosa?
Bajando
la calle de la Feria, no podía faltar la compra de turrones, almendras
garrapiñadas y fruta confitada. Fíjense, ¡qué curioso! Cuando iba yo sola con
mis amigas, algunos días le compraba un trozo de coco a mi madre que le gusta
mucho. Lo que no me imaginaba yo entonces, y ella seguro que tampoco, era la
cantidad de cocos que le traería de África, años después, de parte de gente que
ella nunca conocerá pero que son ya
parte de su familia.
Desde 1996 la hora se cambia en octubre, antes ese cambio era
septiembre y solía coincidir con un día de feria. Era algo estupendo, porque contabas
con una hora de regalo. A las 12 se atrasaba el reloj una hora, por lo que si
me habían dado permiso hasta la una, en realidad, disfrutaba de una hora más.
Siempre me parecía que debía volver demasiado pronto y mi argumento, para que
me dejaran más tiempo, era que a mis amigas les dejaban más tarde y que había muchas luces y que no pasaba nada. Me
gustaba el alumbrado, sobre todo el de la calle La Feria, que te metía ya en el
ambientillo ferial y me acompañaba en
el regreso a casa.
Todos estos
recuerdos me hacen pensar en lo que el
psiquiatra y escritor Enrique Rojas nos dice sobre la infancia: “Casi todo lo humano está en la infancia.
Cuando esa etapa ha sido feliz, sana, llena de afecto y bien enfocada, uno sale
fuerte para todo”. Y como ven, por
esa parte, yo creo que no voy a tener problema.
Desde que salí de Pozoblanco, hace ya veintidós años, he vivido en
Navarra, en Madrid, en Segovia, y doce años en África. A mí me gusta decir que
soy de Pozoblanco y suelo presumir, allá por donde voy, de mi pueblo, de sus
gentes y de sus costumbres. Sí, me gusta mi pueblo, me gusta la feria, me gusta
la romería de la Virgen de Luna y la Semana Santa, me gusta la feria de San
Gregorio, me gusta como hablamos, nuestro deje y nuestras palabras... ¡me gusta
mi pueblo, sus calles, su gente! ... y por eso me gusta volver, volver a mi
pueblo… Y ahora, con un motivo más para la alegría, desde que tenemos la
Avenida Madre Carmen Sallés… Pienso que de
alguna manera ella es el origen de que yo me encuentre ahora aquí delante de
ustedes. Carmen Sallés, que como muchos
saben ha sido proclamada Santa en octubre del año pasado. Una mujer que buscó
la voluntad de Dios y por eso fundó nuestra Congregación, y por eso llegó hasta
Pozoblanco invitada desde Segovia por nuestro paisano, el obispo Pozuelo que
quería un colegio concepcionsita en su pueblo natal… y también llegó a otros muchos pueblos y ciudades
de España… y aunque sus pies no pisaron otros países, su corazón llegó hasta
muy lejos… porque su deseo de que Jesús fuera conocido la quemaban por dentro…
Hoy, mi gratitud sincera hacía ella, porque su vida ha hecho posible que mi
vida sea como es.
Quizá a estas alturas, muchos de ustedes se estarán preguntando,
como me pasó a mí, ¿Por qué razón han podido elegir para un pregón de feria a
esta persona? Vamos, a mi persona. Yo, lo que desde el principio tenía muy
claro era que no
me habían llamado por contar con ningún mérito especial, ni una formación o
cargo de relevancia, al final la única razón que me quedaba era que llevo doce
años viviendo en África.
Y andaba yo preguntándome, ¿Voy a hablar en un pregón de feria
sobre África? Y, ¿si no hablo de África, de qué voy a hablar? Porque, francamente, por más vueltas que le
daba, no veía cómo iba a pegar esto. Y, como ya les he dicho que creo en la
Providencia, pues miren lo que me pasó:
El domingo siguiente a la llamada
del alcalde voy a misa. Nuestra Parroquia está en construcción; por el momento
solo tiene el tejado y las columnas que lo sostienen, y unos bancos de madera
sin respaldo, por lo que al entrar es muy fácil ver a las personas que se
encuentran en el interior. Pues cuál es mi sorpresa, cuando veo, más o menos en
el quinto banco, a una niña de unos once años, que para mí era una cara
desconocida, vestida con un traje de sevillana blanco con lunares azules,
con sus ribetes del mismo color en los tres volantes y con sus flecos blancos
simulando un mantón.
Eso sí, no llevaba peineta ni flor en la cabeza. Su
peinado era claramente africano. Tampoco llevaba tacones, pero iba con
sus zapatos de los domingos. Les aseguro que en los doce años que llevo en
África es la primera vez que he visto un traje de sevillana. Y, en ese momento, encontré respuesta a mi
pregunta de cómo iba a pegar África en mi pregón de feria. La respuesta era
clara. Lo pego como se pegan las cosas en África: Sin complicarse la vida, de
manera sencilla,… Si podemos encontrar una niña camerunesa vestida con un traje
de sevillana en un barrio periférico de Yaundé y a todos les parece la cosa más
normal ¿no podríamos encontrar una religiosa concepcionista misionera, taruga
que ha vivido doce años en África y que ha sido designada para abrir las
fiestas de su pueblo natal y nos viene a contar algo de lo allí vivido?
Comprendí que sí, que podría ser así de sencillo.
(canción)
Para
mí, hablar de África es hablar de VIDA, es hablar de LUZ, de SOL, de MUSICA y
BAILE, de ALEGRIA y ESPERANZA, de FIESTA. Pero hablar de África es también hablar de
SUFRIMIENTO, de DOLOR, de POBREZA, de INJUSTICIA e IMPOTENCIA, de POLVO y CALOR,… Esto no son dos cosas separadas; estos
contrastes no marchan en paralelo, no, no… todo va junto. En África he
comprendido que la vida es bonita, que
la vida es bella, con todo,
alegrías y penas, sol y lluvia, salud y enfermedad,… La vida es bonita porque
en cada situación puede haber – y de hecho lo hay – un motivo para crecer en
fraternidad, en esperanza, en acogida, en amor…
Para
mí, hablar de África es sentir que el corazón se agranda, que los brazos no
tienen límites, que los ojos se llenan de lágrimas de alegría y de
tristeza, que las fronteras se
desplazan,… Hablar de África es sentir que
la gratitud brota sin poder ser contenida …
y es que, parafraseando a Javier Reverte, que nos dice en el prólogo de su obra poética,
que “Yo no hice el viaje, el viaje me hizo a mí”, bien podría deciros que “yo
no hice nada en África, más bien África me hizo a mi”.
En
estos años que he vivido en África, he tenido la gran suerte de vivir y de
conocer un poquito más de cerca tres países, todos del África Central, en los
que nuestra Congregación está presente: la República Democrática del Congo,
Guinea Ecuatorial y Camerún. También estamos presentes en la Republica del
Congo, pero por el momento, aunque sí que lo conozco de paso, no he vivido
allí.
Ahora
dejaré a mi mente, y sobre todo a mi
corazón, buscar y bucear en estos años pasados en África, y ojalá mis palabras
puedan transmitir algo de la vida, de la fiesta, de la lucha, del valor y de la
alegría que África me ha contagiado.
Como saben, la Congregación a la que
pertenezco, tiene como misión fundamental anunciar el Evangelio de Jesús a
través de la educación de niños y
jóvenes. Por eso, donde hay una comunidad concepcionista, hay siempre una
escuela donde los niños y jóvenes puedan crecer y vivir alegres. Para que se
hagan una idea de nuestra misión en África, allí tenemos actualmente 7 escuelas. En el curso
2012-2013 hubo un total de 3312 alumnos. Dos de estas escuelas van desde
infantil hasta bachillerato, y las otras cinco, de
infantil a primaria. Además también tenemos una residencia para jóvenes
universitarias, que acoge cada año 48 chicas.
En este contexto, mi primer recuerdo
no puede ser otro que mis primeros alumnos de la República Democrática del
Congo. Era un clase especial, verdaderamente muy especial. Tenía solo 30 niños, (y digo “solo” porque
normalmente una clase en la RDC tiene como mínimo 50 alumnos, pero se puede
llegar incluso hasta los 100). Mis 30
alumnos estaban entre los 5 y los
15 años. Aunque eran muy diferentes, todos tenían algo en común y es que nunca
habían ido al colegio. Eran chicos de nuestro barrio de Kisenso, en la
periferia de Kinshasa. Un barrio sin agua y prácticamente sin luz. Estos niños,
sin ser chicos de la calle, pues tenían
una casa donde pasar la noche, pasaban todo el día fuera de sus casas,
limpiando zapatos, fregando los platos
de los universitarios, o vendiendo alguna cosilla, en fin, diferentes trabajos
que les hacían pasar su vida infantil de una manera bien diferente a la que
nosotros vivimos… Por aquel entonces, ya
había otras 3 clases de estas características, además de las correspondientes a
la educación reglada. Las hermanas jóvenes salieron a “buscar” niños y
efectivamente la cosa fue bastante rápida, en dos días ya teníamos 30. Y así
empecé con ellos a descubrir algo de la infancia y de la educación en el Congo,
de las diferencias tan grandes que hay en nuestro mundo… y cómo se puede ser
feliz con poca cosa. Los niños estaban encantados. Aprendieron mucho. Yo más
que ellos. De estos niños, la mayoría entraron al año siguiente en las clases
de educación primaria según el nivel que habían alcanzado, y algunos han
conseguido llegar hasta la educación secundaria.
Para la fiesta de final de curso, mi
clase presentó algunas canciones para los padres. Los niños tocaban los
triángulos, palos, y platillos que algunos amigos de Pozoblanco me habían
regalado, y yo les acompañaba con la guitarra. Un padre vino al final para
darme las gracias y decirme que nunca hubiera imaginado ver a su hijo “haciendo
estas cosas”. Mi alegría era grande. La suya también. Es una gran suerte poder
contribuir a la felicidad de los demás.
En mis vivencias de África, resuenan
de manera fuerte muchos momentos que dejan patente la hospitalidad de sus
gentes, la acogida y el calor que se me ha
brindado en tantas circunstancias.
En muchas ocasiones, al igual que hacemos
aquí, esta hospitalidad se manifiesta en
una comida. Cuando estaba en Loma (Congo) en el año 2003, con frecuencia
acompañaba al vicario de la Parroquia en sus visitas a los pueblos cercanos que
dependían de nuestra parroquia. Un sábado fuimos a Mwalakinsende. Era la
primera vez que iba a este pueblo. La gente no sabía que el sacerdote iría
acompañado de una hermana, por lo que la mujer del catequista había preparado
un poco de arroz con un solo trocito de pescado para recibirlo. Después de la
misa, nos condujeron a su casa, y allí nos pusieron dos platos, uno para el
sacerdote y otro para mí. El sacerdote insistió en que el catequista también
debía comer, por lo que trajeron otro plato. Y así, el arroz y el trocito de
pescado preparado para una persona, lo comimos entre tres. Todavía recuerdo el
sabor del pescado en mi boca,… sabía a compartir, a fraternidad, sabía a
sencillez, a una vida sin complicaciones….
Nunca podré olvidar este sabor.
Aunque se me mezcla con muchos otros. Un día, en Camerún, me invitaron a comer
en una familia. Había ido con la mamá de
la casa a la ciudad para hacer algunos trámites y papeleos, que en estos
países africanos son muy, muy lentos… y te hacen crecer en paciencia a marchas
forzadas… Al regreso, cuando me paré en su casa para dejarla, me dijo que
entrara para comer. Sacó un plato, y yo le dije que nada de que yo iba a comer
sola, que o comíamos las dos o ayunábamos las dos. Entonces sacó dos cucharas.
Estoy segura que tiene más platos, pero no vio necesario sacar uno para cada
una, y yo tampoco. Era una salsa bien picante, porque en Camerún, la comida
suele ser picante y con muchos condimentos.
… Y había dos trozos de carne. Nos
tomamos nuestra salsa y nuestro trozo de carne y a mí me supo a gloria, porque
me supo a amistad, a confianza, a alegría de vivir juntos….
Y hablando de hospitalidad no puedo
olvidar hablar de Justin. En su vida se
hace plenamente cierto el proverbio maliense que dice: “Acoger
bien a alguien es hacerlo uno de los vuestros”.
El sacerdote Jean Lukombo, con el que os he
dicho iba a los pueblos, vio en una de sus visitas a un poblado cercano un
niño, que al atardecer, se refugiaba bajo las mesas del mercado ya vacías. Se
acercó y habló con él. El niño le explicó que era brujo. No era ningún juego ni
ninguna historia de Harry Poter. Claro, él
no podía decir otra cosa que lo que había oído desde pequeño. Justin tendría
unos 5 o 6 años. Vestido con un gran polo sucio hasta los tobillos y unas
grandes chanclas, hacía tiempo que sus padres lo habían abandonado y se defendía como podía. Al día siguiente el sacerdote me contó el caso
y pensamos que sería bueno ayudar al niño, pero antes habría que ver a la
familia. Y así lo hizo, fue a buscar a sus
padres, quienes le dijeron que no tenían ningún problema al respecto,
pues no le consideraban su hijo ya que era un malvado brujo. El niño vino a la
Parroquia, y allí estuvo viviendo unos 10 días, mientras buscamos una familia
que le acogiera. La noche que llegó me acerqué a la casa del cura para verlo. Sin
duda era la primera vez que veía a una persona blanca, o por lo menos tan de
cerca. Lo que más le impresionó fue mi gran nariz… ¡no sé cuantas veces diría
que mi nariz era grande! La tocaba y se reía…
Por la mañana le preparamos en la comunidad alguna ropa: pantalones,
polos, alguna camisa, unas botas y unos zapatos, todo en una mochila. Cuando le
pusimos el primer pantalón vaquero con un polo y las botas, no había manera de
quitárselo para probarle lo demás. Estaba que no se lo creía. Cuando comprendió
que todo era para él… su alegría no pudo contenerse. Aún lo recuerdo bailando y
jugando con los colgantes de las cortinas mientras cantaba en kikongo, su
lengua materna, ¡pero qué suerte tengo! ¡Cómo me está pasando
esto a mí!
Una
familia del barrio, que les aseguro, no andaba muy sobrada, lo acogió en su
casa. Esto era, creo el año 2003. Y desde ese día el niño, Justin, sigue ahí, como uno más. Eso sí que es
hospitalidad. Eso sí que es dejarse cambiar la vida de la noche a la mañana. Como
pueden imaginar, la historia de Justin me dio mucho que pensar. Primero fue un
grito fuerte que venía de Justin y me decía: ¡disfruta de las cosas pequeñas! ¡Considera
que cada cosa que tienes es una gran suerte! ¡Vive feliz! Con frecuencia me
acuerdo de Justin, y deseo bailar a su ritmo. Y también con frecuencia pienso
en su familia, de ella me vino el segundo grito: ¡Mari luna, déjate complicar
la vida! ¡No te quedes solo con lo ordinario! ¡Deja que la vida te sorprenda y
acoge todo con los brazos y el corazón abierto!
De lo mucho que se me ha dado en
África, merece una mención obligada la Fundación Liliane, en la que he tenido la gran suerte de colaborar durante los
tres años que he vivido en Yaundé. La Fundación Liliane tiene su origen en los
Países Bajos, año 1980, cuando Liliane, una mujer nacida en Sumatra pero de
origen holandés, decide fundar una organización para ayudar a los niños y
jóvenes con discapacidad en los países en vías de desarrollo, ofreciéndoles
rehabilitación médica y social. Nuestra labor es la de apoyar al niño en su
desarrollo personal y estimular su integración en la sociedad. La ayuda se presta mediante tratamientos
médicos, intervenciones quirúrgicas, aparatos ortopédicos, enseñanza especial,
formación profesional y la realización de una vida independiente en la medida
de lo posible. Si en África las condiciones de vida son duras y términos como
sanidad, educación, trabajo,… son muchas veces utopías y representan realidades
que no tienen nada que ver con lo que nosotros entendemos por ello, piensen lo
que supone nacer y vivir allí con una discapacidad.
En el año 2012 en Camerún
hubo 1899 niños con discapacidad que recibieron una atención especial gracias a
la Fundación Liliane. Nuestra comunidad,
este último año, fue responsable de 12 de ellos. Detrás de cada uno hay una
historia en la que, como en toda vida humana, se entremezclan la alegría y el
sufrimiento, la confianza y a veces la desesperanza… Junior, Christ, Hadidja, Chicho, Steve,… y
otros muchos me han hecho comprender y afianzar las cosas más esenciales de la
vida: el valor de una sonrisa, la importancia de una visita, la inmensidad de las
cosas pequeñas, la inutilidad de crear barreras que nos separen, la riqueza de
ser diferentes…
De cada uno de estos niños podría
contarles infinidad de vivencias y
experiencias que me han hecho crecer como persona y como cristiana. Pero como
de todos no puedo hablar, quiero que conozcan a Hadidja pues, sin duda ella es
uno de los mejores regalos que he tenido en Camerún. Conocí a Hadidja en la
Navidad de 2011, en una de mis visitas a los niños que viven en el Centro de Discapacitados de Yaundé. Hacía
apenas un mes que había llegado procedente del norte del país. Desde el primer
momento Hadidja me cautivó. Sufre de hidrocefalia, consecuencia de una
meningitis, que padeció a los siete años.
Desde entonces no había seguido ningún tratamiento, pues los padres son
bastante pobres. Al día de hoy, Hadidja
ha sido operada dos veces y va recuperando mucha estabilidad y movilidad.
Todavía no anda, pero estoy segura de que, con la fuerza de voluntad que tiene,
lo conseguirá. He vivido muchos momentos
gratos a su lado y con su familia, pero uno de los más bonitos es el tiempo de
la operación. Un domingo por la tarde, fui en el coche con su padre a
llevarla desde el centro al hospital donde sería operada al día siguiente. Después de unas pocas odiseas para comprar
todo lo concerniente a la operación, y cuando digo todo, digo todo,
guantes, esparadrapo, y todo lo demás... El lunes a primera hora, la operaron. Estuve con ella hasta que entró
en el quirófano y luego me volví al colegio para trabajar. Por la tarde volví al hospital, y la encontré
bastante bien.
Lo que más
alegría me dio fue cuando después volví al centro de discapacitados donde
estaba la mamá, para informarla de todo. Ella no había ido a la operación de su
hija, supongo que por razones culturales que no acabo de entender. Cuando me vio… ¡Qué abrazo me dio! ¡Casi no
me suelta! Esta familia es musulmana. Para mí era la primera vez que entraba en
contacto con una familia musulmana. Y pienso, ¡qué distinto sería todo si
pudiéramos abrazarnos como ese día, por encima de ideologías, creencias, o
tantas cosas que a veces nos separan unos de otros! Estoy contenta de contar
entre mis amigos a una familia musulmana y me gustaría que fuera el signo claro
de una vida abierta a todos.
Tengo
que decirles que hablar de África es también hablar de Pozoblanco, de mi
familia, de mis amigos, de tantas personas e instituciones que colaboran con
nuestra misión. Lo he dicho muchas veces y lo digo convencida. Es cierto que
somos otros muchos misioneros y yo los que estamos y tenemos la suerte de vivir
allí, pero es igualmente cierto que sin el
apoyo de todos ustedes no podríamos realizar la labor que cumplimos. En nuestra
Congregación todas las religiosas conocen la generosidad de Pozoblanco, y con
frecuencia se oye decir que “Pozoblanco es especial”. Y yo pienso que es
cierto. Escuchen estos datos.
En el año
2005 comienza la fundación Siempre Adelante, que lucha por hacer llegar
la educación a todos los niños y jóvenes, siguiendo el espíritu de Madre Carmen
Sallés. Mirando las memorias de Siempre Adelante, he visto como desde el
principio, el ayuntamiento de Pozoblanco ha colaborado prácticamente todos los
años subvencionando diferentes proyectos de nuestras misiones en África, la
mayoría de alimentación. Detrás de estas ayudas siempre está el grupo misionero
de Pozoblanco, que se encarga de
recordarme que hay que presentar los formularios, que luego los presentan por
mi ¡qué gente tan apañá! Me
gustaría encontréis aquí mi más sincero agradecimiento y permitidme un recuerdo
especial para mi hermana Claudia.
Muchos
gestos de apoyo, de amistad y de ayuda que hemos realizado en África me hacen
pensar en Pozoblanco. Muchas personas han sonreído y se han sentido aliviadas
gracias a ustedes.
Repasando la
generosidad de los pozoalbenses, pienso en la casa de madera de una señora
mayor, Margarita, en Guinea Ecuatorial que estaba en muy malas condiciones, y que
gracias a una familia de Pozoblanco, pudimos “reconstruir” con madera nueva.
Pensando
en Pozoblanco, veo el coche que actualmente tiene nuestra comunidad de Yaundé,
y que tantos servicios presta al colegio, al barrio, a la parroquia y a la
fundación Liliane. Este coche es fruto de la generosidad de mi familia, y de
los amigos de Pozoblanco.
Pensando
en mi pueblo veo también la casa de unos
amigos de Simbock, en Camerún. Una familia que vivía en unas condiciones
pésimas y que gracias a ese apoyo solidario tiene ahora una casa digna. Como
dicen ellos mismos, han pasado de la miseria a la excelencia, aunque les aseguro que la excelencia es muy relativa…
Pensando
en todos
ustedes pienso en Junior, un niño al que había que
cortarle la pierna, pero al final no ha sido necesario. Con la aportación de
este verano, le hemos podido hacer un aparato ortopédico y ya puede caminar
bastante bien.
Pensando
en Pozoblanco pienso en una familia de Yaundé, en la que el papá está
desaparecido desde diciembre del 2012, probablemente víctima de un ataque para
robarle el coche. A pesar de las malas perspectivas, la familia no ha dejado de
buscarlo y muchos de los trámites que hemos realizado, muchas de las idas y
venidas que hemos hecho han sido gracias a vuestra solidaridad. Además, la
mujer, que estaba embarazada, ha dado a luz en agosto, un niño precioso,
igualmente hemos podido ayudar con los gastos del parto. Entre paréntesis les
cuento que este niño se llama Escribano. La abuela me dijo que no tenían nada
que ofrecerme para darme las gracias por todo lo que habíamos hecho, pero que
su nieto se llamaría Escribano, como señal de una gratitud que quiere que
perdure de generación en generación.
Y
así podría seguir con una gran lista de gestos solidarios que han sido posibles
gracias a Pozoblanco. Y es que, como dice mi padre con mucha frecuencia:
¡Pozoblanco es mucho Pozoblanco! Cuando aquella familia de la que he hablado
antes terminó de construir la casa, vinieron a traernos una cabra a la
comunidad. En África no existe un gracias más grande que una cabra, esa cabra
era para todos nosotros. A todos, hoy, les doy las gracias, un gracias tan grande como
una cabra.
Pero
no crean que la solidaridad solo la he vivido aquí. Me vienen a la cabeza otros
tantos gestos solidarios que he vivido en África, y que me han hecho muy feliz.
Una
vez al mes, nuestros alumnos de 5º y 6º de primaria en Evinayong, en Guinea
Ecuatorial, iban a visitar a las ancianas que viven solas en sus casas. Les
llevábamos agua del manantial para toda la semana. Los chicos cortaban la
hierba de los alrededores de la casa, y
las chicas limpiaban las ollas y aseaban la vivienda. Era un momento muy
bonito. Los niños volvían pletóricos de
haber ayudado y las señoras quedaban encantadas. Además había niños que se comprometían
a buscar el agua cuando se le acabara la que le llevábamos. ¡Qué
disponibilidad!
Un
año en Evinayong, para la fiesta de la Niña María organizamos una “Tómbola
solidaria”. Los niños no sabían lo que era una tómbola, trabajo me costó
explicárselo y, a pesar de todas las explicaciones, tuvimos algún disgusto con
los pequeños, cuando el regalo que les había tocado no era el que ellos querían,
e insistían, en que no, que no querían eso, que querían el camión…. Pero la
verdad es que con lo que recaudamos, pudimos comprar tres camas para una casa
de acogida de personas mayores de Bata. Los niños estaban muy contentos, y es
que ser solidario siempre es fuente de alegría. Creo que es totalmente cierto
que hay más alegría en dar que en recibir.
Hablando
de solidaridad no puedo dejar de lado a mis vecinos de Yaundé. Como les he dicho al principio del pregón,
este verano entraron unos jóvenes armados en nuestra casa. Creo que esto puede
suceder en cualquier lugar de nuestro planeta. Sin embargo, me parece que la
segunda parte, no. El atraco fue la noche del sábado al domingo. El domingo por
la mañana todo el barrio pasó por nuestra casa, para decirnos que estaban con
nosotras, que nos querían, que rezaban por nosotras y daban gracias a Dios porque
no nos había pasado nada. Al día siguiente, una familia vino con toda la comida
preparada, pues habían pensado que no tendríamos ganas de cocinar nada. Unos
nos trajeron plátanos, otros manzanas, un pastel… Un grupo de jóvenes de la parroquia se quedó
durante 4 noches haciendo guardia en el patio de la casa, para que estuviéramos
más tranquilas y pudiéramos descansar… Como se pueden imaginar, aunque el miedo
está ahí, y casi no lo puedes evitar, tanto cariño, tantos gestos de
fraternidad, tantos detalles hechos de sonrisas, visitas, preocupación, hacen
que la vida sea bonita, verdaderamente bonita.
No
puedo dejar de hacer una mención especial a la mujer africana. En estos doce
años que he vivido en África he conocido a muchas mujeres en las que he apreciado
su fortaleza, resistencia y el valor que las anima. En cierta ocasión
leí un texto en el que se comparaba la mujer africana con la palmera, como
símbolo de generosidad, de vida y de fuerza. Así es, la mujer africana es
generosa, fuerte y portadora de vida.
Recientemente
en Yaundé he asistido por primera vez a un parto. El hecho de ver nacer a un
niño me impresionó mucho y me pareció algo precioso. En medio del dolor de la
madre la vida nace e inunda todo de alegría. Creo que es una imagen perfecta de
la mujer africana, dadora de vida en una situación muchas veces complicada y
difícil. Me maravilla su resistencia frente a la pobreza, frente al
sufrimiento... Dice la congoleña Jeannette Makenga, que “la mujer africana
aprendió desde muy niña a secarse sola sus lágrimas, bajo la lluvia, el viento
y el sol, de día como de noche”.
Tengo
grabadas en mi cabeza y en mi corazón, la imagen de muchas mujeres y de muchas
niñas que se hacen mayores antes de tiempo... ¿Cómo olvidar las mamás de
Kimwenza, que se levantan temprano para ir a los campos y trabajar durante todo
el día? Vuelven hacia las 6 de la tarde con los fardos de leña en la cabeza. Esta imagen es diaria, bajo el sol o bajo la
lluvia, en “vacaciones” y en tiempo de trabajo. Acordarme de estas mamás es
pensar en una vida de entrega, de amor a
la familia, de sacrificio...
¿Cómo
olvidar a Mamá Atangana, en Yaundé? Mamá Atangana es una señora mayor. Pequeña
de talla, muy delgada, podríamos decir que de apariencia “muy poca cosa”, ¡pero
qué mujer tan grande! Dedica toda su vida a ayudar a los niños y jóvenes ciegos
y abandonados. Ella misma tenía un hijo con discapacidad. Con él comprendió que
la vida para estas personas no es nada fácil,
y decidió ampliar su pequeña casa para acoger a otros niños. Las
condiciones no son las mejores. Sin duda, en otros países este Centro sería
cerrado tras cualquier inspección de rutina. Sin embargo, allí están muchos
jóvenes y niños que disfrutan de un ambiente familiar y acogedor. Mamá Atangana se moviliza cada
día para buscar ayudas por cualquier sitio y es impresionante oírla hablar “de
sus niños”. El simple hecho de verla me recuerda que la vida es lucha,
donación, que la vida es fraternidad, acogida,... Una mujer entregada.
Durante el
primer año que estuve en Loma, en el Congo, preparé un teatro con los niños de
2º de primaria para la fiesta de la Visitación de la Virgen. Clara hacía de la
Virgen María, se había aprendido el Magnificat de memoria, y lo hacía
estupendamente. El día del teatro lo hizo fenomenal, no se saltó ni una coma,
muy expresiva, nos hizo entrar a todos en esta preciosa escena. Al terminar se
acercó sonriendo y me dijo que si le podía dar un poquito de agua. Yo la abracé
para felicitarla y cuando la toqué me quedé impresionada... ¡estaba ardiendo!
Le dije que si se encontraba mal y me respondió que un poquito. Le puse el
termómetro y tenía 40 de fiebre... Me quedé sin palabras. Le di un paracetamol,
y como el coche no estaba en casa, Clara volvió a su casa a pie, unos 4
kilómetros, con su hermana mayor. Yo
sentí vergüenza de mis quejas inútiles. Clara con sus siete años ya estaba aprendiendo
a secarse las lágrimas sola...
Mamá Francisque de Yaundé
¡Me ha enseñado tantas cosas de la vida!
Es la madre del joven desaparecido del que les hablé antes. Su
resistencia en el sufrimiento parece no tener límite. Desde la fe, lucha y se
mueve por donde parece que una puerta se entreabre, pero normalmente la
respuesta que encuentra es la indiferencia, la corrupción, palabras más o menos
buenas y ninguna acción. Con ella recorrí la morgue y las urgencias de los 7
hospitales más importantes de Yaundé en busca de su hijo. Con ella he pasado
horas esperando en la comisaría de policía... pero sobre todo con ella he
aprendido que donde todos desesperan una
madre se mantiene de pie, que la vida está hecha de lucha, de entrega, de
cariño,... Mujer africana, pilar de la familia, luz de esperanza...
Hay un
proverbio congo que me gusta mucho “Las huellas de las
personas que caminaron juntas nunca se borran”. Es cierto.
Algunas de las huellas que hoy he recordado, hace ya casi 40 años
que se “hicieron”, otras son más recientes. Todas siguen ahí, dando vida, formando parte de mis
raíces y mostrándome el camino a recorrer.
Recordándome que la vida es encuentro, relación, amistad... Hoy, de
alguna manera, ustedes y yo, hemos
pisado juntos una nueva huella, y ojalá nunca se borre, eso será señal de que
caminamos juntos…
Y
para terminar, quisiera hacerlo con un pequeño símbolo traído desde Camerún: Un
elefante africano.
Para
muchas personas, el elefante es considerado un
símbolo de buena suerte. De hecho, mucha gente colecciona estatuillas de
elefantes porque en muchas culturas son un símbolo de la buena fortuna. No es
por este motivo que yo he traído este elefante.
Tampoco
lo he traído por ser un elefante de guerra. Seguramente de todos es conocido
como Aníbal marchó con sus elefantes de guerra a
través de los Alpes para conquistar Roma, aunque no representaban un recurso
estratégico realmente importante, tuvieron un devastador efecto psicológico en
los legionarios Romanos que se enfrentaron a ellos en batalla.
Si he traído este elefante, es
porque pienso que podría ayudarnos a vivir mejor nuestra feria, y no solo
nuestra feria, sino nuestra vida de cada día en Pozoblanco. Los elefantes no
suelen marchar solos. Las hembras y jóvenes se
mantienen en pequeños grupos que se asocian con otros similares. Estas agrupaciones
pueden ser temporales o permanentes. Los machos adultos permanecen raras veces solitarios
y más comúnmente suelen encontrarse en pequeños grupos de su género.
En tiempos de sequía, las manadas de
elefantes siempre recuerdan qué manantiales y charcas suelen tener más agua. De
ahí proviene el mito de que un elefante nunca olvida nada.
Los elefantes siempre acuden en
ayuda de otros miembros de su especie en problemas o dificultades, y muchas
veces velan el cuerpo de sus muertos durante varios días, negándose a
abandonarlos. A causa de estos rasgos, los elefantes en África son símbolo de
sabiduría, lealtad, fuerza, fidelidad. Esto es lo que deseo para mi pueblo, y
para cada uno de los pozoalbenses: sabiduría, lealtad, fuerza y fidelidad.
Señor Alcalde, me gustaría que
subiera a recogerlo en nombre de todos los ciudadanos de Pozoblanco.
Termino,
no sin antes agradecer al ayuntamiento el haberme brindado este gran honor de
ser la pregonera de nuestra Feria, y a todos ustedes, gracias por su paciencia
y escucha atenta. Disfrutemos de una
manera sana estos días. Dejemos de un
lado la rutina y vivamos la feria abriendo nuestras puertas al forastero, al
vecino, al hermano. A todos: ¡FELICES FIESTAS DE LAS MERCEDES 2013! Por
encima de razas, color, religión, ideologías, regiones y tantas otras barreras que creamos
inútilmente.
¡MUCHAS
GRACIAS A TODOS Y FELIZ FERIA!
Muchas gracias, Mari Luna por compartir con nosotros tus sentimientos.
Antonio Javier Tamajón.
PUEDES OIR EL PREGON EN LA WEB DE COPE POZOBLANCO
Antonio Javier Tamajón.
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