Todo lo creado suspira en lo más íntimo
de su esencia la plenitud que le haga alcanzar mayores cotas de perfección y
desarrollo. Este anhelo, conectado fundamentalmente a la búsqueda de sentido
global último, lo remite y lo proyecta más allá de sí.
¡Sí, en el fondo, todos esperamos que
Alguien derrame su presencia y nos haga soportables nuestros pasos!
La Navidad nos inserta en el meollo de
la historia, convirtiéndola toda ella en sagrada y santa. La Navidad nos
recuerda que toda la historia de la Humanidad ha nacido de una Alianza, un
pacto de amor en beneficio de la felicidad y la compasión.
La Navidad nos reconcilia con los
mejores deseos y con lo mejor de lo humano, porque en Jesucristo, el niñito de
Belén, Dios y el hombre se abrazan en lo más íntimo. La Navidad es el anhelo
íntimo por “un mundo nuevo y una tierra nueva”, sellado en nuestra propia
psique con la justicia y la solidaridad.
La Navidad nos llama a cuidar la
oración y a descubrir deseos profundos de austeridad y la limosna, antídoto contra
la avaricia y la ambición. La Navidad es dar la acogida a cualquier prójimo,
especialmente al más necesitado, en nuestro caminar diario, demasiado cargado
de individualismo y falta de sensibilidad al otro.
¡Navidad cristiana es decir no a todo
aquello que a menudo contrasta con el Evangelio y con la dignidad de la persona
humana, en ocasiones tan aireadas por los medios de Comunicación Social y por
nuestra sociedad de consumo!
Recuperemos el sentido cristiano de la
Navidad, frente a una cultura dominante que intenta “excluir a Jesucristo y
omitir cualquier signo religioso y de los valores que representa esta
celebración” (Agustín García-Gasco).
Texto de Francisco Baena Calvo .Sacerdote Diocesano y ex-Cura
Párroco de El Guijo.